¿Sabías que hacer deporte y llevar una vida sana proporciona una gran oportunidad para mejorar nuestras virtudes?
Ahora que están terminando las Olimpiadas, en donde vimos a cientos de atletas que inspiran, recordamos que la capacidad de esfuerzo, la constancia y las habilidades que se ejercitan haciendo deporte pueden ser igualmente muy válidas llevándolas a la vida espiritual.
Dios da una gran oportunidad de vivir las virtudes a través del cuerpo día a día. Entrenar las cuatro habilidades elementales (fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad), no solo ayuda al bienestar físico, también al espiritual. Estos ejercicios tienen su equivalente en la fe.
La mortificación y la disciplina se pueden vivir de muchas formas, como ayunando, con duchas frías o con oración, por dar algunos ejemplos. Pero la mortificación y la disciplina también pueden afectar al bienestar físico y mental, tomando un papel importante en el cuidado del cuerpo, el “templo del Espíritu Santo”, explica OurSundayVisitor en un interesante reportaje.
Miedo al compromiso y al sufrimiento
Entonces, ¿por qué la gente no hace más deporte? ¿Por qué no se mueve más? Lo que ocurre es que teme comprometerse a hacer algo que seguramente sea duro, conlleve mucho tiempo y sufrimiento, y además no parezca tener un final próximo.
Durante Cuaresma, por ejemplo, muchos se plantean sus sacrificios como si fueran propósitos de Año Nuevo. Es verdad que si el chocolate o los cigarros te tienen atrapado, ¡hay que deshacerse de ellos!
Pero en Cuaresma y en cualquier otra época del año vale la pena aprovechar integrar el cuerpo y el alma que Dios nos da.
Las dos caras de la misma moneda
Cuerpo y alma no deben competir. Hay católicos que relativizan, por ejemplo, que cenar pastel y helado es bueno porque “lo físico es menos importante que lo espiritual”. Huyen del esfuerzo físico diciendo: “A Dios no le importa mi aspecto”.
Por otro lado, puede haber gente gente que no parece tener tiempo para ir a misa los domingos, pero si que encuentra una hora cada día para hacer ejercicio. Hacen sus tablas de entrenamiento sin saltarse ninguna actividad, pero con todo ello están “demasiado ocupados” para Dios.
La realidad es que ambos grupos hacen lo que los humanos saben hacer mejor: servirse a ellos mismos. En la vida, Dios permite el sufrimiento para purificar el alma, y hay que aceptar el sufrimiento, no huir de él.
Hay cuatro habilidades principales a entrenar, y cada uno de esos entrenamientos da una oportunidad para mortificar el cuerpo y fortalecer el alma. Con un buen entrenamiento, pueden convertirse en superpoderes.
1. Fuerza
Los músculos están activos cada minuto de cada día. Si se hacen más fuertes, la vida “física” será más fácil, más relajada y más entretenida. Cuanto más se desarrollen los músculos, habrá menos posibilidades de sufrir una lesión. Lo mismo ocurre con el alma; cuanto más ejercitamos el carácter, más fácil es no caer en tentaciones. Aunque sigan llegando, no nos controlan.
2. Velocidad
Entrenar la velocidad desarrolla la habilidad para hacer una actividad física intensa en un corto periodo de tiempo. Físicamente, ejercita los pulmones, el corazón y las fibras musculares como ningún otro tipo de entrenamiento.
Correr, por ejemplo, facilita la pérdida de peso, cambia la composición del cuerpo y mejora las funciones cardiovasculares.
3. Resistencia
En la vida siempre habrá momentos de gran dificultad que debilitarán la fe en Dios y en la humanidad. Entrenando la resistencia muscular y cardiovascular se ejercitan también la paciencia y la voluntad.
4. Flexibilidad
El ser humano posee dos facetas: la que se adecúa a la verdad objetiva y la que se guía por el amor y la compasión. Hay gente que se guía más por la verdad pura, sin tener en cuenta los sentimientos, y otra que se guía solamente por estos. Ambas facetas pueden convivir en equilibrio gracias a la flexibilidad. Además, entrenar esta habilidad ayuda a mejorar las funciones musculares y a prevenir lesiones.
Estas cuatro habilidades (fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad) se ubican dentro de la “trinidad de entrenamiento”, que ayuda a profundizar más en el ámbito espiritual. Esta “trinidad” es la unión de hacer ejercicio, un descanso adecuado, y una alimentación saludable.
Una última cosa de la que vale la pena acordarse es que la “trinidad de entrenamiento”, además de los beneficios de cada una de sus partes, proporciona también un beneficio común que se suele olvidar: cuidando del cuerpo, mostramos respeto por el Dios que nos hizo a su imagen y semejanza y que tanto nos ama.
Artículo tomado del portal Religión en Libertad. Se reproduce con permiso.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de agosto de 2024 No. 1518