Por Rebeca Reynaud
Hay déficit de una buena mediación entre el mundo académico y la calle, donde impera un profundo desconocimiento de la fe, un creciente “analfabetismo religioso”, como lo llamaba Benedicto XVI.
¿Qué hacer? Entre otras cosas se requiere una mayor atención a la formación de los catequistas, profesores y mediadores en general, mediadores entre el mundo académico y la cultura popular.
En su primera encíclica el Papa Francisco afirma que “la fe sin verdad no salva”. La fe es como un cuerpo o un organismo vivo que requiere de todos sus miembros. No se puede tomar lo que gusta y dejar lo que no se conoce o no agrada.
El marco de esta formación no puede ser otro que una perspectiva teológico-práctica que nos dé el hábito de pensar teológicamente lo que hacemos (cfr. Ramiro Pellitero, Educación y humanismo Cristiano, Rialp).
El objeto de la teología es Dios y sus obras en nosotros, como dijo la Comisión Teológica Internacional (2011). Por tanto, nuestra historia y las circunstancias actuales son siempre referentes importantes. La teología debe tener la dimensión práctica, sino sería una teología muerta e inútil.
Nuestra tarea consiste en enseñar desde una fe vivida, y en el horizonte de esa fe. Hace unos días, una amiga catequista –Sandra-, llevó a sus cinco alumnos de 15 años –acompañados de sus mamás o lo equivalente- a una visita al hospital X, sobre todo para escuchar lo que los enfermos quisieran contar, ya que hay gente que tiene mucho que decir y a nadie que le escuche.
Leyeron el Evangelio del Buen Samaritano, lo comentaron con brevedad, y luego procedieron a entrar al hospital. Una joven quemada les contó lo que había pasado. Su padre llevó un gran bote con petróleo, pensó que era otro líquido, y con este hidrocarburo se había provocado el incendio y el señor se quemó su cuerpo en su casa. El señor fue enviado a otro hospital. La hija era “un Cristo”, les quiso enseñar sus quemaduras y vieron su abdomen de colores rojo y morado. Se desahogó y les pidió que rezaran por ella. También pudieron conversar con los familiares de una señora con cáncer.
A la salida, tanto las mamás como los adolescentes manifestaron sus sentimientos, quedaron impactados y decían: “¡Nosotros que nos quejamos cuando en realidad tenemos lo necesario a nuestro alcance y tenemos salud!”.
Esa experiencia los marcó en el alma y quedaron con el deseo de realizar nuevas visitas a enfermos para escuchar y consolar al que sufre. Eso es una fe vivida, una fe con obras.
¡Qué buena idea es combinar la teoría con la práctica de las obras de misericordia!
No podemos hablar en “universal y abstracto” sin testimonio, sin “cara”. Además, “el universal no opera”, afirma Aristóteles.
Hace unos días fui a la Casa del Migrante. Nos contaron que cada migrante se ocupa de lavar su ropa y ayuda a mantener la casa limpia. Les falta tener ocupaciones para niños, adolescentes, señoras y adultos. Tienen una cancha y les gusta mucho jugar al futbol, pero tienen tal tensión interna que, con frecuencia, en dos horas se poncha la pelota. Se desahogan con las patadas. Sería muy oportuno conseguirles balones y/o lo que cada uno pueda dar: Clases, juegos, enseñarles a leer y escribir, etc.