Una reflexión sobre la actualidad de la primera encíclica del Papa Montini a sesenta años de su publicación.
Por Andrea Tornielli – Vatican News
El diálogo «no es soberbio, no es punzante, no es ofensivo. Su autoridad es inherente a la verdad que expone, a la caridad que difunde, al ejemplo que da; no es mandato, no es imposición. Es pacífico; evita los modos violentos; es paciente; es generoso».
Así escribía Pablo VI en su primera encíclica, Ecclesiam suam, publicada el 6 de agosto de hace sesenta años. Bastan estas pocas palabras para comprender la extraordinaria actualidad de la carta de Montini, que salió íntegramente manuscrita de su pluma poco más de un año después de su elección como Papa, con el Concilio aún abierto.
El Papa de Brescia definió la misión de Jesús como un «diálogo de salvación», observando que «no obligó físicamente a nadie a aceptarlo; fue una formidable petición de amor, que, se constituyó en una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigió, sin embargo los dejó libres de corresponder a ella o de rechazarla». Una forma de relación que muestra «un propósito de corrección, de estima, de simpatía, de bondad por parte de quien lo instaura; excluye la condena apriorística, la polémica ofensiva y habitual, la vanidad de la conversación inútil».
No se puede dejar de notar la gran distancia sideral que separa este enfoque del que caracteriza tanta charla digital por parte de quien juzga todo y a todos, utiliza lenguajes despectivos y parece necesitar un «enemigo» para existir.
El diálogo, que para Pablo VI es inherente al anuncio evangélico, no tiene como objetivo la conversión inmediata del interlocutor – conversión que, por otra parte, es siempre obra de la gracia de Dios, no de la sabiduría dialéctica del misionero – y presupone «el estado de ánimo de quien… advierte que ya no puede separar su propia salvación de la búsqueda de la de los demás».
En suma, no nos salvamos solos. Tampoco nos salvamos levantando vallas o encerrándonos en fortalezas separadas del mundo para cuidar lo «puro» y evitar contaminaciones. El diálogo es «la unión de la verdad con la caridad, de la inteligencia con el amor». No es la aniquilación de la identidad de quien cree que para anunciar el Evangelio sea necesario conformarse con el mundo y a sus agendas. No es la exaltación de la identidad como separación que hace mirar a los «otros» de arriba hacia abajo.
«La Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace conversación», porque «incluso antes de convertirlo, es más, para convertirlo, hay que acercarse al mundo y hablarle». Y el mundo, explica Pablo VI, «no se salva desde fuera».
Pero la primera encíclica del Papa Montini, desde sus primeras palabras, contiene otras indicaciones valiosas para los tiempos que vivimos. Ecclesiam suam, la Iglesia es «suya», es de su fundador Jesucristo. No es «nuestra», no está construida por nuestras manos, no es fruto de nuestra habilidad. Su eficacia no depende del marketing, de las campañas estudiadas, del auditel o de la capacidad de llenar los estadios. La Iglesia no existe porque sea capaz de producir grandes eventos, fuegos artificiales mediáticos y estrategias de influencers.
Está en el mundo sacar a la luz, a través del testimonio cotidiano de tantos «pobres cristos», pecadores perdonados, la belleza de un encuentro que salva y da un horizonte de esperanza. Está en el mundo para ofrecer a todos la ocasión de encontrarse con la mirada de Jesús.