Por P. Eduardo Hayen Cuarón

Inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos encierran la propuesta masónica para la humanidad: el cuerpo humano se puede reinventar. Cada quien puede diseñar libremente su propio género o puede alterar su cuerpo a través de la tecnología.

Ideología de género y transhumanismo se proponen hoy como modelos para rediseñar al hombre. La primera se dejó ver en el espectáculo grosero y blasfemo de la apertura de los JJOO y, el segundo, en la ceremonia luciferina del cierre. Una ideología conduce a la otra. Inicio y fin de las olimpíadas pusieron sobre la mesa de la humanidad la propuesta de la masonería: destruir la naturaleza humana.

La oferta masónica es diabólica por la simple razón de que niega que el cuerpo humano ha sido creado por Dios para hacer visible en el mundo lo espiritual y lo divino. Si Cristo Jesús se encarnó tomando la naturaleza humana es porque vino a la tierra para conducir al hombre hacia Dios a través de la carne. «Todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios. Y todo el que niega a Jesús, no procede de Dios, sino que está inspirado por el Anticristo» (1Jn 4, 2-3).

Al diseñar al ser humano a su imagen como varón y mujer, llamados a la comunión de amor y a formar una familia, Dios reveló su plan para la sexualidad humana: reflejar el misterio de la comunión eterna que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es evidente que el diablo lanzará sus más feroces dardos a la sexualidad para deformar la imagen de Dios en el universo, que es el hombre.

La masonería tiene miedo a la verdad sobre el cuerpo humano. Sabe que el misterio del cuerpo –la naturaleza humana– lleva al encuentro con el misterio de Dios; por eso pretende destruirla. Pero también dentro del catolicismo ha habido, en ciertos momentos históricos, temores y sospechas hacia el cuerpo y el sexo. Pensadores cristianos de ideas maniqueas o puritanas, o bien herejías como el jansenismo, han visto la sexualidad como sucia y pecaminosa.

A la propuesta masónica de deconstruir al hombre, y a los católicos temerosos de la bondad de la sexualidad, san Juan Pablo II tiene una afirmación verdaderamente audaz: «El cuerpo y sólo el cuerpo es capaz de hacer visible lo espiritual y lo divino, y capaz de hacer visible lo invisible. El cuerpo humano ha sido creado para trasladar a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad de Dios, y así ser signo de él». (Teología del Cuerpo 19,4).

La manera en que comprendamos al cuerpo humano –cuerpo sexuado de hombre o mujer– establecerá orden en el mundo o nos empujará hacia el caos. Por ejemplo, la errónea visión de que el cuerpo es sólo una mezcla de células ha llevado al mayor genocidio de todos los tiempos, al aborto legal, que hoy sacrifica a más de 70 millones de personas no nacidas al año. Pero también el hecho de que hoy la humanidad abandone las costumbres sexuales que la han acompañado durante su historia, está quitando a la sociedad su único fundamento firme y estable, que es la familia. Aborto y libertinaje sexual son proyectos de inspiración masónica.

Redescubrir la visión católica del cuerpo y de la sexualidad no es opcional para quienes quieran encontrar a Dios, forjar una vida feliz y estable, formar una familia y contribuir al verdadero progreso de la humanidad. Hoy se trata de un asunto de vida o muerte.

 

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