Por P. Fernando Pascual
Un obispo de finales del siglo IV aconsejaba a sus oyentes que leyesen y comentasen el Evangelio en familia, sobre todo antes de escuchar una explicación del mismo, para estar mejor preparados para comprenderlo.
“Deseo pediros un favor antes de comenzar la explicación de las palabras del evangelio; y os suplico que no me neguéis lo que os pido. No pido cosa que sea gravosa ni pesada; y en cambio será útil, si la consigo, no tan solo para mí, sino también para vosotros, si la concedéis; y aun quizá sea más útil para vosotros que para mí. ¿Qué es lo que pido? Que el primer día de la semana o el sábado mismo, tomando cada uno la parte del evangelio que luego se leerá en la reunión, sentados allí en vuestro hogar repetidamente la leáis y muchas veces la exploréis y examinéis y cuidadosamente peséis su valor y anotéis lo que es claro y las partes que son oscuras; y también lo que en las expresiones parezca contradictorio, aunque no lo sea; y así, tras de examinarlo todo, luego vengáis a la reunión. De empeño semejante nos vendrá no pequeña ganancia a vosotros y a mí”.
El obispo, san Juan Crisóstomo, quería el bien de sus oyentes. Por eso deseaba de corazón que aprovechasen al máximo las explicaciones que les iba ofreciendo sobre el Evangelio.
Para ello, les invitaba a una buena lectura previa de la Palabra de Dios. Era consciente de que pondrían la clásica dificultad: “no hay tiempo”. Pero luego les recordaba cuánto tiempo dedicaban para tratar asuntos mundanos, para ir al teatro o a las carreras de caballos.
Si tenían tiempo para actividades que poco o nada aprovechan, ¿no serían capaces de invertir un tiempo a los asuntos más importantes, los que se refieren a Dios y a la salvación del alma?
Crisóstomo propone hacer una buena lectura antes de la “reunión”. Podemos perfectamente aplicar su consejo a la misa: la viviríamos mucho mejor si llegásemos a ella bien preparados, con un deseo de profundizar en lo que Dios nos quiera enseñar en el Evangelio y en las otras lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
En un mundo donde dedicamos tanto tiempo a redes sociales, programas de televisión, lecturas varias, y otras actividades recreativas, vale la pena encontrar un poco de tiempo para abrir el corazón a la escucha de lo más importante: una Palabra que Dios dirige a cada hombre para manifestarnos su Amor y conducirnos a la plenitud de la vida verdadera.
(El pasaje aquí reproducido se encuentra en san Juan Crisóstomo, Homilía 11, de sus Homilías sobre el Evangelio de San Juan).