Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Para un seguidor de Jesús, puede darse lo aceptable, aunque no pertenezca al círculo visible de los discípulos. Es el caso de la postura prohibitiva  en la persona de Juan de los que se escandalizan porque hacen cosas buenas en el nombre de Jesús, sin ser de su grupo (cf Mc 9, 38-43.45.47-48). Jesús corrige a sus discípulos: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros está a nuestro favor”.

El mismo San Agustín nos ilumina en ese sentido:

“Como en la (Iglesia) católica se puede encontrar aquello que no es católico, así fuera de la católica puede haber algo de católico” (Sobre el Bautismo contra los donatistas).

Jesús no acepta la postura sectaria y excluyente; su actitud es abierta e incluyente. El misterio de su misión es lograr la ‘comunión’ con el Padre y con los hermanos, los humanos, para ser un ‘nosotros’, la gran familia de los hijos de Dios.

Por eso es triste la postura de los que defienden la ruptura en la comunión, por supuestos errores de fe, contra la comunión del Papa Francisco, incluyendo a san Juan XXIII, san Pablo VI, san Juan Pablo II, al Papa Benedicto XVI. Postura soberbia de autosuficiencia, que recalca su idea, -gnosis, contra la comunión en la fe que se mantiene indefectiblemente en la Iglesia por la acción de Espíritu Santo y por la promesa de Jesús: “Sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (  Mt 28, b20 ; Mc 16,15 ); serán ramitas cortadas del troco que correrán la suerte de ramas que habrán de secarse.

“Hay que examinarlo todo y quedarnos con lo bueno” (1 Tes 5,21).

“Todo aquel que les dé un vaso de agua por el hecho de ser de Cristo no quedará sin recompensa”. El trabajo encomendado por Cristo como discípulos de él debe tener su honesta sustentación.

Lo intolerable son los escándalos que afectan a los pequeños y a quienes se les equipara. Como tropiezo o como obstáculo. Como tropiezo se es causa del daño que afecta y puede sacar del camino recto y conducirlos a situación de pecado; el obstáculo es cuando se les cierra el acceso a una plena vida de comunión con Cristo, por opiniones que se presentan como certezas, sin demostrar. Si en aquel tiempo eran los escribas y fariseos, hoy tenemos una cauda de opinadores que causan escándalo y crean la división en los cristianos católicos, como quien dice que la próxima etapa del Sínodo en Roma quitará el Decálogo de los diez mandamientos para poner nuevos pecados, sin caer en la cuenta que la raíz es el Decálogo y deben conocerse las consecuencias que dañan a la humanidad, como la falta de respeto a la creación, -pecado ecológico; como la guerra que atenta contra la paz. Simplemente la raíz del primero es ‘no robarás’ lo que pertenece a las generaciones por venir y ‘no matarás’, con los medios mortíferos tan letales que tenemos hoy, como hacer explotar un celular manipulado.

Ridiculizan lo que debería de ser digno de todo nuestro respeto como nuestro entorno y la vida humana, cuya dignidad es infinita.

No se pueden poner obstáculos para aquellos que desean encontrase con Cristo.

A veces por proclamar la verdad  conlleva la persecución como el mismo Jesús que fue considerado por muchos contemporáneos como ‘piedra de escándalo’ (cf 1Cor 1,23).

No es posible que nos pasemos la vida, atisbando a enemigos por todas partes; hemos de alegrarnos que se trabaje por el bien de la dignidad de la persona humana; mejor propiciar encuentros de diálogo para el mayor entendimiento, sin perder nuestro Norte que es Cristo en el mar proceloso de la vida.

Hemos de vernos libres de un ‘relativismo’, tan frecuente en nuestros días. Padecemos los guetos de carácter religioso, político e ideológico: al final se busca la seguridad por eso absolutizan sus posturas. Toman fuerza los fanatismos de cualquier cuño; atentan contra la unidad y la comunión de las familias y de la sociedad, y de la misma Iglesia. Fanatismos en los cuales no se percibe el espíritu de Jesús y no nos llevan a la paz más profunda del corazón.

Hemos de discernir en profundidad lo aceptable y lo intolerable bajo la ayuda del Espíritu Santo.

 

Imagen de Dennis Gries en Pixabay


 

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