Por P. Fernando Pascual
El orgullo hace creer que uno es superior a los demás. Promueve la autoafirmación. Lleva al desprecio de otros. Genera ira. Destruye a la persona en su engaño. Aparta de Dios.
Se relaciona, incluso a veces se confunde, con la soberbia y la vanagloria, porque gira en el terrible cáncer de la exaltación del “yo”.
¿Cómo es un orgulloso? Así lo describía el Papa en una catequesis: “el hombre orgulloso es altivo, tiene una dura cerviz, es decir, tiene el cuello rígido que no se dobla. Es un hombre que con facilidad juzga despreciativamente: por una nadería, emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen irremediablemente ineptos e incapaces”.
Al fijarse en ese terrible cáncer del orgullo, el Papa añadía: “Te das cuenta de que estás tratando con una persona orgullosa cuando, si le haces una pequeña crítica constructiva, o un comentario totalmente inofensivo, reacciona de forma exagerada, como si alguien hubiera ofendido su majestad: monta en cólera, grita, rompe relaciones con los demás de forma resentida”.
El orgullo produce daños continuos. En la persona orgullosa: no quiere reconocer sus pecados. En quienes la rodean: se sienten despreciados y heridos. Incluso en las sociedades: hay guerras y otros actos de violencia por culpa de personas orgullosas, incapaces de perdonar.
Cuesta tratar con alguien orgulloso. Pero el orgulloso, como todo pecador, tiene esperanza. Cristo, que vino a rescatarnos del pecado, también busca a los orgullosos y les invita a ser humildes.
Así lo explicaba el Papa: “En los Evangelios, Jesús trata con muchas personas orgullosas, y a menudo fue a desenterrar este vicio incluso en personas que lo ocultaban muy bien”.
Para romper con el orgullo y la soberbia, necesitamos emprender el camino de la humildad. Sin ella no podremos recibir el gran regalo de la salvación. Sobre esto, decía el Papa:
“La salvación pasa por la humildad, verdadero remedio para todo acto de soberbia. En el Magnificat María canta a Dios que dispersa con su poder a los soberbios en los pensamientos enfermos de sus corazones”.
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”, leemos en 1Pe 5,5 y en Sant 4,6. Por eso, frente al gran peligro del orgullo, necesitamos luchar por ser humildes y abiertos a Dios y a los demás.
(Los textos del Papa Francisco aquí reproducidos están tomados de la catequesis dedicada al tema de la soberbia, pronunciada el 6 de marzo de 2024).