Por P. Fernando Pascual

Hay momentos en los que surge la pregunta: ¿dónde me encuentro en el camino de la vida? ¿Qué ha ocurrido en estos años? ¿Hacia dónde me dirijo ahora?

Son momentos que pueden llenarme de alegría, si me siento sanamente satisfecho de lo que hago ahora y del trayecto recorrido.

Son momentos que pueden revestirse de tristeza, incluso de amargura, si constato que no me siento ubicado, si me he perdido en opciones negativas.

Son momentos que pueden tener un tinte de esperanza, o de ansiedad, o de miedo, ante un futuro que se reviste de incertezas y amenazas.

Necesito ubicarme, saber dónde estoy, de dónde vengo y hacia dónde camino, para luego identificar aquellas decisiones que me orienten hacia lo bueno.

Existe el peligro de no lograr una visión objetiva de los hechos: hay quienes se sienten fracasados cuando sus vidas han sido bellas, o quienes presumen de felicidad cuando no son capaces de reconocer sus egoísmos y mentiras.

Por eso, pido luz a Dios para que me dé una mirada serena, sin engaños, sin pesimismos u optimismos que me impidan ver mejor lo que estoy viviendo.

Pido que me ayude a reconocer los errores y pecados, para pedir perdón y comprometerme a reparar, sobre todo a quienes haya hecho sufrir.

Pido que me ayude a identificar éxitos y acciones buenas sin vanagloria, con sencillez, sobre todo con gratitud.

Pido que abra mis ojos ante tantos corazones y tantas manos que me ayudaron en momentos difíciles, que me ofrecieron horizontes de trabajo, que me aconsejaron para evitar un mal paso.

Pido a Dios, sobre todo, que encienda mi corazón con el fuego de su presencia, para que recuerde que soy hijo, que Él me acompaña en cualquier situación, que Él me espera para un abrazo que desea darme en una morada eterna…

 
Imagen de 춘성 강 en Pixabay


 

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