Por Cecilia Galatolo*
El diccionario australiano Macquarie la eligió como «palabra del año» en 2019, y es una forma moderna de censura que asume las connotaciones del ostracismo. Estamos hablando del fenómeno de la “cancel culture”. Por definición, es la «actitud dentro de una comunidad que exige o determina la retirada de apoyo a una persona pública».
La “cancel culture” como forma de protesta
Según Clyde McGrady, quien escribe sobre ella en The Washington Post, lo que sucede con la “cancel culture” es “más parecido a cambiar de canal que a pedir a la cadena que cancele el programa”.
Las redes sociales, que logran convertir a personas comunes en pequeñas o grandes emisoras de comunicación, permiten a cualquiera, por un lado, difundir contenido e ideas simplemente utilizando un smartphone, y por otro, aportar su granito de arena para “silenciar” a las figuras públicas que lo hayan decepcionado y con quienes esté en fuerte desacuerdo; por ejemplo, por posiciones consideradas racistas, machistas, homofóbicas, por haber cometido fraude, etc.
Cancelar a alguien en las redes sociales es una forma de decir: «Has exagerado, dejo de seguirte, ya no tienes mi apoyo». Esto, obviamente, a altos niveles, puede tener importantes repercusiones económicas. Pensemos en un influencer, que vive del apoyo del público y gana dinero con él. Un “boicot masivo” puede perjudicar seriamente su actividad comercial.
El concepto de “cancel culture” aplicado a la historia
La actitud de quienes siguen la filosofía de la “cancel culture” también puede implicar el deseo de suprimir rastros de un pasado caracterizado por ideales que se consideran anacrónicos para los tiempos actuales.
Pensemos en el Manifiesto de los Juegos Olímpicos de París: en la cúpula de Les Invalides, la cruz se convierte en una aguja y desaparece la bandera tricolor francesa.
La idea subyacente a esta operación es que, para distanciarse del cristianismo (considerado oscurantista y superado), hay que negar que haya existido y que haya dejado huellas indelebles e innegables.
Dado que no todos los franceses creen que el cristianismo está superado y no todos desean negar sus raíces cristianas, es propio de la “cancel culture” –en este caso en nombre de un profundo sentimiento laicista– ocultar el pasado en lugar de respetarlo por lo que fue, discutir y dialogar con él.
La “cancel culture” y las representaciones artísticas
Otro ejemplo de “cancel culture” es el intento de censurar o eliminar del panorama cultural ciertos cuentos de hadas porque algunos valores de sus historias no concuerdan con los predominantes en la cultura actual.
Cenicienta, Blancanieves, La Bella Durmiente: estos son solo algunos títulos artísticos boicoteados, en particular por algunos movimientos feministas, por varios motivos. No sería correcto, por ejemplo, mostrar a una mujer que llega a una casa habitada por hombres (los enanitos, en Blancanieves) y, como primera acción, toma una escoba para limpiar. Tampoco sería correcto mostrar que “la salvación”, después del hechizo de la bruja malvada, se produce gracias al beso de un príncipe azul.
Los motivos de la “cancel culture” pueden ser comprensibles en algunos casos. Sin embargo, ocultar el pasado, en lugar de ponerse en contacto con él y mostrar la evolución a lo largo del tiempo, puede causar más daño que beneficio.
Más allá de que, la mayoría de las veces, los cuentos de hadas contienen arquetipos válidos desde un punto de vista antropológico (aunque se concibieron en épocas precisas, con valores de referencia a veces diferentes), el verdadero punto del asunto es otro: la “cancel culture”, al eliminar ideológicamente todo lo que no se alinea con la cultura dominante actual, no permite que las nuevas generaciones desarrollen un pensamiento crítico propio.
Dialogar con el pasado, no eliminarlo
La “cancel culture” pretende borrar milenios de historia. Y eso no es deseable. Pensemos en los jóvenes de secundaria que estudian la cultura griega y romana. El enfrentamiento con las civilizaciones del pasado, que ciertamente tenían una forma de pensar diferente a la nuestra en muchos aspectos (basta pensar en cómo los romanos de hace dos mil años usaban el Coliseo), permite comprender mejor las etapas del pensamiento, descubrir cómo se ha llegado a la cultura actual, qué ha habido de bueno y, finalmente, qué se puede recuperar del pasado.
¿Por qué, además, la cultura actual debería representar el punto culminante del pensamiento humano? Entablar un diálogo con el pasado es una forma de apertura mental, implica honestidad intelectual y permite adoptar libremente nuestras propias posturas.
Algunas reflexiones generales
Puesto que cada persona es libre de seguir a quien desee, generalmente a alguien que comparta sus valores e intereses, es importante reflexionar sobre el hecho de que, incluso si una celebridad o un político cometen errores o dicen algo inapropiado, nadie es solo la suma de sus errores.
Desde el punto de vista antropológico y lingüístico, la idea de «cancelar» a alguien es al menos arriesgada. Se puede no apoyar a una persona e incluso dejar de escuchar lo que dice, pero hay que prestar mucha atención a los términos que se utilizan y explicar, especialmente a los jóvenes, que nadie merece ser “borrado de la faz de la tierra”, aunque se haya equivocado.
En cuanto a la historia, la literatura, las películas y los dibujos animados, como mencionamos anteriormente, es mucho más útil ayudar a los jóvenes a reflexionar sobre los valores en los que se reconocen. Borrar una cruz de la aguja es ridículo, al igual que lo es eliminar películas como Blancanieves, como si nunca hubieran existido. ¿No es más razonable mostrarles la realidad tal como es y fue, y preguntarles: ¿En qué valores se reconocen? ¿En qué aspectos, en cambio, sienten que esta forma de pensar o esta historia está lejos de ustedes?»
*Artículo publicado en el blog Family and Media, de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma), Cátedra Elina Gianoli Gianza, el 9 de septiembre de 2024.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 6 de octubre de 2024 No. 1526