Por P. Fernando Pascual

Cuando suena el celular del sacerdote durante la misa, la gente reacciona de maneras diferentes. Un párroco lo explicaba, en la homilía, con ingenio y simpatía.

“Imaginemos que ahora suena mi teléfono celular. Ustedes se dan cuenta. ¿Cómo reaccionarían?

Alguno quizá intuye: el párroco, que tantas veces nos ha pedido apagar el celular, ni siquiera nos da ejemplo. Es un descuidado.

Otro tal vez sospecha que el párroco piensa más en sus asuntos que en la misa dominical, y que por eso prefiere recibir una llamada incluso durante la ceremonia.

Otro piensa que el párroco está hoy muy cansado, y no se ha acordado de apagar su celular antes de la misa.

Miremos ahora a quien hace la llamada. ¿Qué piensa? También aquí hay varias posibilidades.

Uno se siente impaciente: ¿por qué no responde el párroco? ¡Qué falta de respeto hacia quien le llama por teléfono!

Otro, con pena, intuye que tal vez ha llamado en un mal momento, y que eso habría provocado un problema al cura.

Podemos imaginar más reacciones. De esas reacciones, algunas estarán cerca de la verdad, otras serán erróneas.

Lo importante es darnos cuenta de que nuestras maneras de juzgar algo tan sencillo como el ruido del teléfono durante la misa reflejan nuestras actitudes y prejuicios, nuestras simpatías o antipatías, nuestro espíritu bueno o malo”.

Con esta breve reflexión, el párroco quería ayudar a los feligreses a reconocer cómo muchas veces juzgamos sin tener una visión clara de las situaciones, incluso sin llegar a una auténtica simpatía cristiana.

Seguramente más de uno, con razón, comentaría que también el sacerdote tiene que ser comprensivo cuando suena un móvil (o varios, como ocurre no pocas veces) entre los bautizados que participan en la misa…

Lo importante es comprender que todos podemos equivocarnos, incluso a veces con culpa, y que frente a un error (o un defecto) del otro, es hermoso tender la mano y escoger un modo de ver las cosas lleno de caridad paciente y benévola.

(Las ideas aquí expresadas arrancan de ideas parecidas que expuso un párroco de carne y hueso al que pude ayudar varias semanas en un pueblo perdido entre las montañas…).

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