Por P. Fernando Pascual
De fútbol, de política, de precios, de crisis bancarias: hay temas en las que casi todos opinan, algunos con una seguridad sorprendente.
¿Por qué opinamos sobre un argumento? Porque hemos leído algún libro o un periódico, o porque hemos escuchado y visto datos interesantes en Internet o en la televisión.
Cuando sale el tema, unos opinan que la culpa de la caída de ese puente es del ayuntamiento, otros que fue culpa de la empresa, otros que los responsables están en el ministerio de transportes.
En realidad, sobre muchos temas conocemos datos fragmentados, informaciones no concordes, y, sobre todo, hay muchísimo que no conocemos.
Los hechos que aparecen en las noticias son una mínima parte de lo que ocurre en la realidad. Ello se explica por dos motivos sencillos: un informador no cubre todo, y hay mucho escondido detrás de hechos y decisiones que nos interesan.
Cae un gobierno, quiebra un banco, pierde un equipo de fútbol, se produce un atentado, y un torrente de comentarios parece explicarlo todo cuando apenas conocemos una mínima parte de los hechos.
Un poco de prudencia nos ayudaría a ser sabiamente silenciosos cuando otros dan juicios como si fueran verdades indiscutibles. Porque ese poco de prudencia nos abriría los ojos a lo mucho que no conocemos de lo que ocurre detrás del escenario.
Una amenaza de bomba ha paralizado un aeropuerto. Como consecuencia, la bolsa entra en pánico y bajan las acciones, mientras se cancelan vuelos y se reajustan horarios.
Empiezan a girar opiniones sobre qué ha ocurrido, sobre los responsables de la seguridad, sobre la psicología de la gente, sobre el gran servicio (o el pésimo servicio) que hacen algunos periodistas.
Mientras, en el aeropuerto, unos barrenderos sonríen, porque aquella amenaza de bomba fue simplemente un error del sistema de alarmas que, casualmente, se cruzó con una conversación despreocupada entre dos adolescentes que contaban una película de terroristas en una sala de espera del aeropuerto…