Por P. Fernando Pascual

Para casi todos era urgente cambiar las luces de la parroquia. Se reunió el consejo parroquial para tratar, entre otros temas, el de las luces.

Empezó una discusión interesante. ¿Usar luces directas o indirectas? ¿Blancas o de alguna coloración? ¿Desde el techo o desde los laterales?

La discusión llegó al punto de los presupuestos: ¿recurrir a una empresa costosa pero que ofrecía mantenimiento, o a una más económica pero menos segura en cuanto a la asistencia técnica?

En la parroquia, como ocurre en las familias, en las oficinas, en las empresas, hay opiniones diferentes, algunas con muy buenos argumentos.

Esa diferencia de opiniones puede abordarse en una discusión llevada de modo correcto. Por desgracia, la discusión puede degenerar a causa de pasiones encendidas que desembocan en tensiones y en insultos.

Se esperaría que en una parroquia la discusión se desarrollase en un clima de serenidad: si somos verdaderos católicos, la caridad facilita el diálogo.

Pero en la parroquia se desencadenan no pocas veces discusiones apasionadas, que provocan resentimientos, ira, agresividad, incluso heridas que pueden durar meses.

Resulta triste que una discusión en la parroquia desemboque en faltas graves a la caridad, incluso que hiera la armonía entre los bautizados.

Todos podemos tener un mal momento: a veces, al confrontarnos, surge un brote de impaciencia y decimos palabras ofensivas hacia otras personas.

Ese mal momento, sin embargo, puede ser sanado si, con humildad, pedimos perdón y buscamos cómo reconstruir puentes.

Como creyentes en Cristo, como miembros de la Iglesia, tenemos mucho que nos une: el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones… (cf. Rm 5,5).

Ha empezado una discusión en la parroquia: sobre las luces, sobre el sistema de calefacción, sobre el contrato de un nuevo sacristán, sobre quiénes serán catequistas este año.

Habrá opiniones diferentes, habrá quienes den más importancia a un aspecto y quienes consideren más importante otro.

Lo que caracteriza una hermosa y sana vida parroquial es esa caridad que permita, en medio de las diferencias, dialogar serenamente.

Luego, cuando se tomen decisiones, no todos estarán de acuerdo. Pero al menos, si hay buen espíritu, la parroquia seguirá unida, porque en ella buscamos cómo amarnos unos a otros como Él nos ha amado (cf. Jn 13,34).

 
Imagen de GVNN en Pixabay


 

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