Por P. Fernando Pascual

Encontramos a muchas personas. El trato, normalmente, se limita a un silencio respetuoso, a un saludo breve de cortesía.

En ocasiones, ocurre algo que enciende como una chispa: aparece un tema que nos interesa a ambos.

La conversación empieza a fluir. Se intercambian ideas, preguntas, sugerencias de libros, reflexiones personales.

¿Qué ha ocurrido? Ha saltado esa chispa del interés que se convierte en el inicio de un encuentro fecundo.

Cada ser humano guarda en su corazón temas que le apasionan, sobre los que piensa, lee, pregunta, investiga.

Si encontramos a alguien interesado en esos temas, la chispa del encuentro suscita casi un incendio de palabras que enciende los corazones.

Ocurre, por desgracia, que dos personas con intereses afines, al encontrarse, solo aluden vagamente al clima, o a la ciudad de origen, o a datos banales.

En ese caso, se desperdicia un encuentro porque faltó ese momento que abriera los ojos para reconocer que los dos tenían un tema en común sobre lo que habría tanto que decir.

Este día quizá solo tenga encuentros banales, esperamos que educados, con quienes encontramos en un autobús, una sala de espera, o la cola de una oficina administrativa.

Sería estupendo que, en algunos momentos, surgieran encuentros vivos, significativos, que enciendan los corazones y ayuden a iniciar un diálogo que se oriente, sencillamente, a lo que deseamos en lo más íntimo del alma: conocer mejor la verdad de las cosas.

 

Imagen de Giulia Marotta en Pixabay

 


 

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