Por Arturo Zárate Ruiz

Si el mundo está loco —poseído por el mismo demonio—, ¿por qué no México también?, parecen preguntarse nuestros líderes de “avanzada”. Promueven ya un cambio constitucional para castigar el hacer sufrir a los animales, a lo cual no me opondría mientras no me prohíban un caldo de gallina (hay que matarla antes de cocinarla, y pudiera ella en el proceso “angustiarse”). Pero a la vez buscan convertir el aborto en un “derecho reproductivo”: las mujeres, arguyen, sufren mucho por el embarazo, la lactancia, el cuidar niños y perder las oportunidades profesionales que los hombres dizque sí gozamos. En cambio, el producto de la concepción, afirman, no siente ni sufre al eliminarse (aunque lo maten a los nueve meses o aun después). Por tanto, si no siente, eliminémoslo (pero podrían entonces matarme a mí mientras duermo o estoy anestesiado). Es más, castiguemos a quien se oponga. En Escocia ya meten en la cárcel a quien a tres cuadras del abortorio se atreve a hacer una oración mental: se arguye que sus pensamientos son una tortura contra las damas que allí ejercen sus “derechos reproductivos”. Supongo que los escoceses son los más “avanzados”, no digo por su legislación, sino por gozar de poderes telepáticos para atrapar a los infractores.

Sucede que hoy se acostumbra a tomar decisiones no según la razón, sino los sentimientos. Las apetencias, en la medida que se satisfagan —sin importar cómo—, son el bien “objetivo” a alcanzar. Son el criterio de toda moralidad. A follar con quien o incluso con lo que se te antoje se le llama amor; a brindar sin parar con cinco botellas de tequila se celebra como ¡salud!; a matar a tus hijos, al aborto, se le consagra como derecho reproductivo porque te libras de fatigosas responsabilidades. Los bienes no se definen en términos reales, objetivos, sino en los términos subjetivos del placer efímero, del sentirte a gusto ahora. El cardenal Paul Poupard advierte: «La emoción es el nuevo nombre de la “evidencia”». Y agrega: «Cuanto más intensa es la emoción, tanto más fuerte es la certeza de la “verdad” experimentada». Así, explica, un hombre contemporáneo se considera bueno no según la medida de su virtud sino según la medida en que «las emociones gratificantes» rebasan en su duración «el impacto de las sensaciones de insatisfacción, frustración o fracaso». Si quieres emociones fuertes para presumir de “bueno”, te recomiendo subir a la montaña rusa.

Problema: dura poco (y acabas con la espalda destrozada). Los placeres son efímeros. Por ello, no son el bien que conviene buscar. De hecho, hay bienes que son desagradables y, aun así, deben abrazarse: tomarse la medicina, cambiarle los pañales a tu bebé. La popó no tiene buen aroma, aun la de un pequeñín. Limpiarla no puede esperar.

El sentimental dirá, muy posiblemente, que por eso no deben tenerse los bebés, que hay que abortarlos. Pero tampoco trabajaríamos, pues nos cansamos; ni lavaríamos trastes, pues es aburrido; ni siquiera amaríamos, pues el amor no es mero sentimiento bonito, también es algo desagradable cuando se nos rechaza, y es, sobre todo —con sentimientos o no—, servicio al amado. No siempre se tiende la cama o barre la casa bailando, ni siempre se labora en la fábrica cantando. Pero, al hacerlo, se ama de verdad. «El que no vive para servir, no sirve para vivir», advirtió santa Teresa de Calcuta. Y el Papa nos ilumina con su nueva encíclica Dilexit nos: «el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga».

El Sagrado Corazón es amoroso no porque tenga sentimientos. Los tiene. Arde con santa pasión. Pero no fueron precisamente sabrosos esos sentimientos al sufrir, al padecer, por nosotros en la Cruz. Si Jesús es Amor, es así porque sirve a sus amados. Nos lo enseñó previo al Calvario al lavar los pies de sus discípulos.  Lo hizo aun antes en algo tan sencillo como obedecer al jefe de su casa, san José, por casi 30 años.

Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, no el Tobogán, el Sentimiento y la Pachanga. Busquemos la felicidad, que se funda en la razón, no el mero contento, que descansa en el sentimentalismo. Consigámoslo en la imitación de Cristo. Eso sí dura.

 
Imagen de Roman Kogomachenko en Pixabay


 

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