Por P. Fernando Pascual

Planeamos ir mañana al médico. Queremos llegar a tiempo. ¿Habrá alguna huelga salvaje de autobuses? ¿Fluirá el tráfico? ¿Encontraremos cola?

Muchas veces nuestra mente empieza a proyectarse en el futuro, con el deseo de haber previsto la mayor parte de las eventualidades.

¿Por qué hacemos eso? Porque no nos gusta que un imprevisto nos arruine los planes. Por eso queremos disponer de alternativas ante lo que pueda ocurrir.

Una sana prudencia nos lleva a otear el futuro para tener listas estrategias concretas frente a lo “imprevisible”. Pero por más alternativas que hayamos previsto, resulta imposible estar listos para cualquier evento inesperado.

En la película “Inside out 2” (en español, “Intensamente 2” o “Del revés 2”), el personaje que representa la ansiedad busca precisamente preverlo todo, hasta llegar al extremo del agotamiento mental.

La vida tiene mil sorpresas. Las agradables nos llenan de alegría. Sirven como un alivio en medio de las dificultades ordinarias.

Las desagradables, o las que vemos como contrariedades, nos exigen reaccionar de modo correcto, para que no nos hieran ni alteren peligrosamente planes buenos que necesitamos llevar adelante.

Habrá ocasiones en las que un imprevisto nos obligue a cambiar variables importantes en la propia vida: suspender unas vacaciones, cancelar un viaje, o tener que pasar unos días en cama con fiebre.

Superado lo imprevisible, tomaremos nuevas decisiones, sin ansiedades dañinas, y con una sana prudencia que prevea de la mejor manera posible lo que pueda ocurrir, y que confíe en Dios cuando, en un cambio de planes, nos orienta a una etapa nueva (y sorprendente) de la propia vida.

 
Imagen de Pete Linforth en Pixabay


 

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