Por Jaime Septién
Venezuela se encuentra hoy en el foco de atención de América Latina y de buena parte del mundo. Pronto podría producirse un “choque de trenes” entre quienes afirman que el 10 de enero de 2025 tomará protesta el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, y quienes, desde el gobierno chavista, aseguran que, cueste lo que cuesta –y ya ha costado mucho– Nicolás Maduro Moros se hará de nuevo con la presidencia de este atribulado país.
En este contexto, la opinión del arzobispo emérito de Caracas, el cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo, un prelado que ha mantenido la capacidad de interlocución con el régimen, al tiempo que ha sido duro y claro cuando ha tenido que serlo, resulta esencial para entender la situación de Venezuela y, ¿por qué no?, también comprender lo que puede pasar en otros países, como México.
–Eminencia ¿habrá un “choque de trenes” el próximo 10 de enero?
El término del mandato de Nicolás Maduro es el 10 de enero del próximo año. Los esfuerzos que está haciendo la oposición están dirigidos a que se respete la voluntad popular expresada en las urnas el 28 de julio. Todos necesitamos la claridad de las actas. Pero los que más sufren en estos conflictos son los pobres, los necesitados. Por lo que tiene que haber una aceptación de la legitimidad. Que exista un diálogo, no la imposición de quienes están en el poder.
–¿Cuál es el papel de la Iglesia frente a los grandes problemas que enfrenta Venezuela?
La Iglesia católica en Venezuela ha jugado un papel primordial en la defensa de los pobres, en todos los niveles y en todas las instituciones que engloba. Un problema serio es el deterioro de la economía venezolana que ha hecho que mucha gente abandone el país. Y también que hay poco espacio para la libertad de expresión, para el diálogo.
–La represión en Venezuela ha alcanzado, incluso, a menores de edad. Recientemente, el episcopado venezolano ha exigido que se libere a estos menores. ¿Es así?
Sí. Después de la elección, nos preocupa enormemente la situación en la que están una serie de menores que están presos, en condiciones desfavorables. Se habla hasta de tortura, lo cual es inaceptable. Necesitamos que se respete la vida, la dignidad humana. Un ámbito mínimo en donde la gente pueda expresar cuáles son sus necesidades reales frente a un ambiente que no puede ser más calificado que como de odio o de terrorismo. Los familiares de estos menores se han acercado a diversas instancias de la Iglesia y nos han comunicado las dificultades que tienen para saber dónde están, cómo están, para poder saber algo de ellos.
–¿Hay evidencias de tortura con estos niños?
Hay evidencias de tortura, además, sabemos que se les ha hecho firmar que intervinieron directamente o que recibieron dinero para estar en contra del gobierno, lo cual no tiene ningún sustento. Nada de esto favorece la paz. En asamblea extraordinaria el episcopado ha exigido que a estos menores se les libere. ¿Qué pudo hacer un menor de edad que estuvo en las manifestaciones, como los jóvenes lo hacen a menudo, para ser calificado como un delincuente y condenado a 15 o 20 años de prisión?
–¿Cuántos presos políticos calculan ustedes que hay en las cárceles después de las elecciones?
La Comisión de Justicia y Paz del episcopado –que ha estado trabajando sobre este tema—calcula que hay cerca de dos mil personas encarceladas tras el 28 de junio. Todas ellas sometidas a “juicios exprés”. Se crea así un ambiente de miedo, de amedrentamiento que no es el que nos puede llevar a una solución. La represión no puede durar tanto tiempo. Los venezolanos tienen derecho al trabajo y a expresar sus diferencias con el régimen, características que son normales en cualquier sociedad.
–¿Cómo se ve desde dentro el éxodo de personas que abandonan su país?
Con gran preocupación pues miles de venezolanos que, por exigencias económicas o por el miedo a la represión política, se buscan la vida fuera del país, y lo hacen en condiciones precarias. Sabemos lo que significa tener que ir caminando hasta la frontera, ya sea de Brasil o de Colombia hasta el Cono Sur, o hacia el norte, atravesando “el tapón del Darién”, entre Colombia y Panamá…
–… y enfrentar a las bandas criminales…
Este es otro problema que hemos señalado, el de la trata de personas. Las mafias en este campo cometen crímenes que claman al cielo. Ofrecen salvoconductos cuando sabemos lo que esto significa para la explotación no solamente sexual, sino para la esclavitud en el trabajo y “desaparecen” personas para comerciar con sus órganos. Son formas modernas de esclavitud que, por ningún motivo, podemos permitir o aceptar. Además, aquí nos estamos quedando huérfanos. Son muchas las personas mayores que se han quedado solas, porque sus familiares, sus hijos, sus amigos, han tenido que salir huyendo de Venezuela.
–Usted ha sido uno de los grandes impulsores del proceso de canonización del doctor José Gregorio Hernández. ¿Qué le dice hoy a Venezuela, qué le dice a Latinoamérica, la figura de este médico de los pobres?
Su figura trasciende –por así decirlo– los cánones normales. Uno de los elementos que más atraen de este laico, médico, profesor universitario, responsable de las nuevas políticas en el campo sanitario de Venezuela, es su influencia por la paz. El papa Francisco lo ha nombrado copatrono de la Cátedra de la Paz de la Pontificia Universidad Lateranense, como expresión de que la paz se construye no con las armas, sino con el respeto, sobre todo el respeto a la dignidad de los más pobres, que son los que hay que poner en el centro de todas las acciones de los hombres. En Venezuela y en muchos otros países sigue creciendo la devoción por el ejemplo del doctor José Gregorio Hernández. Esperemos que pronto sea canonizado y que sea un faro que ilumine, desde América Latina, al mundo entero.
–Finalmente, Eminencia, ¿qué mensaje le puede usted dar a los venezolanos que se encuentran en el exilio?
No solo los que están fuera, también a los que estamos aquí dentro. La esperanza es la virtud que nos construye y la que nos da sentido. Es lo que ha venido diciendo el papa Francisco: que solamente la fraternidad universal es la que nos puede unir en medio de las diferencias. No somos enemigos los unos a los otros: somos distintos. Y ese ser distintos es lo que nos ha de conducir a buscar las coincidencias. Hay que mantener la esperanza.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de octubre de 2024 No. 1529