Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

Ante el “Día de difuntos” y el “Mes de las ánimas” que decían los mexicanos de ayer cuando tenía más fe y menos miedo a la muerte, conviene recordar lo que escribió Thomas Mann en su famosa novela La montaña mágica: “La muerte de un hombre es asunto de los sobrevivientes, ya no de él mismo”.

–¿Ha muerto usted, señor? Pues estése tranquilo, sus deudos y sus deudas se encargarán de amortajarlo o cremarlo y de darle profana sepultura, que no puede ser cristiana tanta pompa fúnebre.

Los artículos de primera necesidad son unos cuantos, pero sin ellos no podemos vivir. El agua, el pan, el aire, la ropa, la silla, la música, que no se olvide la música.

Los aztecas ponían en la boca de sus muertos un trozo de jade para que, tomando el lugar del corazón, permitiera al difunto viajar al más allá. Y para que caminara acompañado entre las duras pruebas que lo esperaban, se le daba de compañero un perrito gracioso y fiel.

Para la muerte se precisan también artículos de última necesidad. Los verdaderamente esenciales serían sábana, cajón, un cirio y un crucifijo. ¿Para qué más? Pero así como en vida, así también en muerte solemos rodearnos de cosas y cosas superfluas para consuelo y vanidad de vivos que al difunto lo dejan más frío de lo que ya estaba. Elías Canetti, Nobel de Literatura 1981, murió en agosto de este 1994 en Zurich, mientras dormía, horas después de haber trabajado en un ensayo sobre la inmortalidad: “Me siento orgulloso del hombre y de la humanidad”, escribía, “sólo odio realmente a su enemigo, la muerte”.

En Estados Unidos de América han logrado pasmoso éxito los Colleges of Mortuary Science donde los alumnos estudian cómo embalsamar, maquillar y vestir a un cadáver, de suerte que parezca maniquí, dejan al muerto hecho un vivo. Los parientes entregan al College una piltrafa de señor que chocó con su avioneta y los graduados en Ciencia Mortuoria les devuelven un primor de difunto, primaveral y rozagante.

Podemos visitar el College: salón para embalsamar cadáveres olorosos a pino, madreselva, agua de colonia. Salón para maquillar que deja al cadáver lleno de vida. Salón de sastrería para vestir al gusto y a la medida al finado, desde un frac hasta un uniforme deportivo. Los cadáveres parece que hablan, otros sonríen, aquel fuma un cigarrillo, éste abre y cierra los ojos dulcemente mediante un mecanismo técnico.

No muy lejos del Funeral Home del Primer Mundo, los hombres del Tercero siguen enterrando a sus muertos en una manta y al hoyo. Los artículos de última necesidad.

*Artículo publicado en El Sol de México, 20 de octubre de 1994; El Sol de San Luis, 29 de octubre de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de octubre de 2024 No. 1529

 


 

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