Por Xiskya Valladares*
Cuando llegamos al Aula sinodal en octubre de 2023 yo me sentí muy pequeña, pensé “pero ¿qué hago yo aquí entre tanto purpurado?” (además el primer día iban todos vestidos de sotana), la mayoría eran eminencias y excelencias y nos saludábamos con la mano, como verdaderos desconocidos.
Al terminar ese primer mes, algunos ya nos llamábamos por el nombre sin los títulos. Pero al encontrarnos este segundo mes, había expresión de alegría, ya teníamos historias compartidas, algunas bromas, y conocíamos de qué pie cojeaba cada uno, y cuál era su fortaleza. Ya no éramos desconocidos. Habíamos hecho un proceso juntos y se notaba.
Proceso de inmersión
Sigue siendo difícil explicar qué es la sinodalidad porque se trata de un proceso que solo se aprende por inmersión. Puedes definir qué es nadar, pero no sabes nadar hasta que sabes moverte dentro del agua sin ahogarte. Con la sinodalidad pasa algo similar, de nada sirve definirla con una frase, hay que vivirla. Y la Iglesia hoy nos llama a todos a entrar en este proceso. Por eso, la sinodalidad no termina ahora con el Sínodo; al contrario, se extiende a todas las estructuras, relaciones y lugares de la Iglesia y el mundo. Supone un cambio de mentalidad (pasar del yo al nosotros) y una conversión del corazón (del protagonismo del ego al protagonismo del Espíritu). Es un volver a Jesús y su Evangelio, no en teoría sino en prácticas concretas. Es un proceso que todos los que hemos vivido las dos Asambleas, de alguna manera, hemos realizado, cada uno a su ritmo y hasta donde ha podido.
El Espíritu presente
Hemos pasado dos meses de octubre (23 y 24) compartiendo y conviviendo juntos. La primera Asamblea para mí fue un wowww de asombro, como cuando descubres un tesoro con enormes poderes, algo así como la luz de Eärendil en El Señor de los anillos. La segunda Asamblea ha sido un discernimiento sobre los cómo la podemos poner en práctica: cómo deben ser nuestras relaciones, a qué espacios estamos llamados a evangelizar, cómo debe ser la formación. Pero todo esto en sentido muy amplio y concreto. Y fue en la concreción donde resurgían nuestros miedos, egos y fragilidades. Ahí era donde el Espíritu debía actuar. En esto ayudó mucho la metodología de la conversación en el Espíritu. He leído por ahí que esta metodología impide que haya discusiones, esto no es verdad. Yo he visto al desnudo el miedo a perder autoridad, la necesidad de ser protagonista, la negación de las minorías más discriminadas dentro de la Iglesia, las luchas de poder, etc. Pero también he visto cómo suavemente se ensanchaba el espacio de la tienda, caían miedos y suavemente se cambiaban los enfoques. No siempre, ni en todos, pero ese es el modo de actuar del Espíritu, respetando siempre nuestros ritmos.
¿Cambia algo en la Iglesia?
El Sínodo no es el documento, así como la realidad supera la idea. ¿Cambia algo en la Iglesia? Como mínimo ha cambiado ya la mentalidad de los que hemos participado en las dos sesiones, aunque no en todos por igual. Salimos, unos más otros menos, convencidos de la sinodalidad. Con más realismo que en la primera sesión. Lo que cambia en la Iglesia es lo que pongamos en práctica de este proceso en nuestros entornos.
Somos misioneros de sinodalidad y el Papa nos ha regalado una réplica de una pintura del s. XVI sobre la venida del Espíritu Santo en Pentecostés para no olvidarlo. El protagonista del cambio seguirá siendo el Espíritu en la medida en que lo dejemos. El documento recoge algunas ideas, pero no puede recoger el proceso que cada uno debemos hacer. Es por eso que desde el principio Francisco dijo que el Sínodo era un evento espiritual y solo podía realizarse en la medida en que cada uno de nosotros abriera su corazón a la novedad del Espíritu.
El P. Timothy con sus meditaciones nos ayudó muchísimo a ir entendiendo esto. La Madre Angelini también. Los cambios profundos no se realizan de un día para otro, requieren mucho tiempo. Y en una familia tan grande como la Iglesia Católica, caminar juntos a algunos puede parecerles lento, a otros demasiado rápido, pero juntos el camino es más seguro y más fácil.
¿Ha valido la pena el esfuerzo?
Uno de los grandes logros es que nos hayamos sentado a dialogar, con toda libertad de expresión y de espíritu, personas que no pensamos iguales. O que hayamos coincidido todos en la necesidad de transparencia, rendición de cuentas y evaluación en todos los ámbitos de la Iglesia. Que haya quedado muy claro que es urgente dar más participación a los laicos, especialmente a las mujeres, incluso en los puestos de autoridad y toma de decisiones. Que se pida una formación consonante con la sinodalidad con la conciencia de que la sinodalidad es una cultura contraria al clericalismo. Que se haya reconocido la misión digital como parte de la misma misión de evangelizar de la Iglesia. Que se reconozca la dignidad bautismal de todos con todas sus consecuencias prácticas. Que la autoridad se vea como un servicio que necesita a otros y no como un ejercicio de poder que manipula y utiliza a las personas. Que en las tomas de decisiones, incluso en la elección de obispos, se tenga en cuenta al Pueblo de Dios, Etc. No es poco. Así que sí, ha valido mucho todo el esfuerzo y la inversión realizados porque crear una nueva cultura no es fácil y este Sínodo está ya creando una nueva cultura sinodal dentro de la Iglesia.
¿Y ahora qué?
Ahora a contarlo y contagiarlo a todos; ahora a desarrollarlo en nuestras iglesias locales. Las conferencias episcopales y cada diócesis tienen que ponerse en marcha para comenzar a hacerlo vida. Las congregaciones religiosas revisar si la sinodalidad es o no una realidad en sus comunidades, no en el papel. Los laicos a tomar conciencia de las consecuencias de su bautismo en la Iglesia y el mundo. El resultado del Sínodo no es el documento, sino el proceso que lleva a modos concretos de hacerlo realidad. Pienso que no será fácil ni tampoco rápido; yo no espero frutos inmediatos, pero la semilla ya está plantada, ya está germinando, y los frutos irán llegando. La sinodalidad ya está aquí.
*Religiosa de Pureza de María, filóloga y periodista, doctora en Comunicación, que participó en el Sínodo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de noviembre de 2024 No. 1531