Por Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte
La recientemente publicada encíclica del Papa Francisco, Dilexit Nos, no sólo es una detallada exposición de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús sino, sobre todo, una invitación a recuperar la mirada interior a este corazón para adquirir su capacidad de ver y amar lo que acontece y hacerlo de un modo muy humano y muy divino.
Una vez más, el Papa Francisco nos enseña una forma nueva de ver e interpretar la vida que acontece, desde los gestos cotidianos y casi rutinarios hasta los acontecimientos únicos y novedosos; pero ahora nos invita a que, primero, aprendamos a mirar el corazón de Jesús para que, aprendiendo de él y dejándonos invadir por lo que lleva dentro, podamos extender Su mirada, a través de la nuestra, al mundo entero. Así, la encíclica es un llamado no sólo a leer sobre el corazón “humano y divino” de Jesús sino a contemplar en y desde Él, la historia que se despliega día a día ante cada uno.
Tres son las características del corazón que recupera el Papa en este documento, primero, a modo general en cuanto a su sentido biológico y espiritual y, después, en su origen y dinamismo en la figura de Jesús:
1.- Profundidad: el corazón, desde sus significados epistemológicos hasta sus hermenéuticas en la literatura y en la filosofía resulta ser el lugar más hondo e íntimo del ser humano. Aquél espacio donde las palabras y los argumentos se vuelven insuficientes y las verdades más transparentes emergen de las profundidades del ser.
El corazón alberga lo indescifrable pero cierto, lo incomunicable pero concordante, así, es el órgano que contiene en sí, las verdades más claras y los sentidos más orientadores de la vida. Su profundidad supone una mirada a la realidad que no se conforma ni limita con las superficies de la vida material y de los movimientos casuísticos; el corazón indaga, va más allá de lo aparente, penetra la vida entera, perturba y cuestiona, supera los juicios y las barreras colectivas que marcan y distancian; el corazón de la persona es la persona misma en su más explícita verdad.
Es por esto que, dice el Papa Francisco, recuperar el corazón y su tiempos sin el frenetismo de la vida instantánea de hoy es un verdadero acto de resistencia pues nos conduce a entrar en otro ritmo, en los fenómenos que requieren tiempo, paciencia, cuidado, cultivo. Ante el deseo de correr, el corazón desea caminar y cuando lo hace, la belleza se asoma y exige parar y pausar para poder ver y disfrutar “internamente”, como afirmaba San Ignacio en sus EE. Así, el corazón no requiere acumulación sino amplitud, hondura, anchura, para contener y saborear lo que hay dentro de la Creación.
2.- Integración: de igual modo, el invitar a ensanchar la casa interior, el corazón es quien integra las diferentes sensaciones, mociones, pensamientos, afecciones y hasta interpretaciones. Es ahí donde las dimensiones humanas confluyen y revitalizan a la persona. Lo racional y lo emotivo se integran el corazón humano y por eso su entendimiento traspasa las fronteras de lo aparente así como los sesgos de las dimensiones humanas e integra lo diferente dotándolo de un sentido que llama a actuar desde la unidad que somos poniendo armonía entre las partes y cohesión en los fragmentos.
Integrar la experiencia de lo humano es hacerle justicia a la propia vida abrazándola en sus claro oscuros, aceptando lo torcido de nuestra historia y resolviendo las propias contradicciones en un Dios que, antes que nosotros, integró y ofreció Su amor de un modo incondicional. Sólo en el amor incondicional se resuelve la vida, aún en las horas más bajas.
3.- Amor: el nombre de la encíclica refiere a la idea central que es expresar que, antes que aprendiéramos a amar Él nos amó primero; es decir, el amor viene, en primer lugar, del corazón de Jesús que, traspasado, ofreció agua para seguir dando vida y así, demostró que no puede haber otra vía que la del darse enteramente por amor.
El corazón es el lugar donde, tradicionalmente, se ha ubicado el sentimiento del amor humano, pero lo interesante es que para que ese corazón del ser humano sea capaz de amar, necesita llenarse, primero, de un amor más grande: el amor del corazón de Jesús humano y divino al mismo tiempo.
Sin la gracia de Su amor que se nos dio primero, no sabríamos amar, de tal manera que cada que nuestro corazón se da a otros, nos volvemos una extensión de Su Amor y propagamos el amor infinito de Dios hacia todas y todos.
Estas tres características han sido el mensaje central de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús expresadas por numerosas santas y santos que, viendo cómo el amor desborda del corazón de Jesús, comprenden que Él es la fuente del amor y que Él nos amó primero; en esto es ineludible recordar una de las frases más reiterativas en el Potificado de Francisco al narra su propia experiencia vocacional en donde afirma que Él nos sale al encuentro antes que nosotros lo busquemos. Primero es el encuentro donde Él es el protagonista, luego viene la búsqueda de cada uno que ya ha sido traspasado por esa experiencia de amor primigenia.
A partir de estas tres características del corazón , el Papa nos invita a contemplar dentro de la llaga del costado de Cristo que le atravesó el corazón y a dejarnos conmover para despertar el deseo de aliviar Su sufrimiento y Su dolor. Dentro de Su corazón, se esconde una “llama” de amor que desea desbordarse pero que requiere la libertad de cada uno para dejarse abrasar por ella. Penetrar el corazón de Cristo y dejarse conmover por lo que hay dentro es una gracia que se debe pedir, es decir, es un acto de libertad movido y motivado por el deseo de aprender a mirar la realidad y mirar a los demás, como Él los ve desde lo más hondo de su corazón.
En esa unión entre el corazón humano que desea ser uno con el corazón de Cristo, es posible ver desde y con Su corazón humano y divino para tener las mismas mociones de inflamación y ensanchamiento que Él no deja de tener por nosotros, de tal manera que, la iniquidad y la banalidad del mal del mundo y del mal que hacemos quedan atravesadas por la bondad de la donación de un Dios que “muere de amor” por nosotros y que está siempre dispuesto a acoger y a perdonar nuestros pecados.
Con ello, además de mucho amor, lo que hay dentro del corazón de Jesús, es un perdón ilimitado. Amar y perdonar son, pues, las actitudes que exige ver y comprender la realidad en y desde el corazón de Jesús.
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