Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Lo que agrada a Dios es la entrega total de sí; no el culto superficial y falso, o las donaciones clamorosas, sino el óbolo de la viuda pobre (cf Mc 12, 38-44).
Comportamiento sencillo y callado de quien da como ofrenda poco en cantidad y enorme en calidad porque se entrega a sí misma como un acto sublime de culto a Dios.
De suyo los huérfanos y las viudas en Israel padecen una grave necesidad, por eso Dios la cuida de manera especial.
Por eso las personas que tienen corazón de pobre, son generosas y se entregan plenamente a Dios y al servicio de sus hermanos. Son quienes aman sin miramientos.
El corazón de la viuda pobre, tiene una plena confianza en Dios. Como pobre entiende mejor a los pobres.
Jesús fue pobre de verdad, vivió como pobre; no vive en la miseria. Es el camino elegido por él y propuesto a sus discípulos que implica ausencia de seguridades.
Murió desnudo en la Cruz, despojado de sus vestiduras (cf Mt 27,35).
Al hacerse Hombre, asume la pobreza efectiva. Depende totalmente del Padre. ‘Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9). Él mismo se solidariza con los pobres, porque ‘tiene Corazón de pobre’. Su riqueza es el Padre.
En las sociedades del bienestar se olvida la compasión. Se da a los otros lo que sobra. Se dan cosas, pero no la ayuda de cercanía y de persona a persona.
Necesitamos una sensibilidad exquisita ante los débiles y necesitados
Los pobres ponen en evidencia los discursos sobre el progreso y la mezquindad de la supuesta caridad.
Esta mujer, la viuda pobre, nos enseña a vivir de manera digna en favor de los pobres.
Nuestra sociedad es una sociedad que padece la ‘neurosis de poseer’.
Qué pena que a los niños se les eduque para el ‘tener’, al margen se educar para el ‘ser’.
Así se les incapacita para el amor, para la ternura y la ayuda solidaria. Hemos de educar para la servir.
Al participar de la celebración eucarística, la ofrenda ha de ser signo de ofrecernos a nosotros mismos en el altar, como Cristo se ofrece a sí mismo con su Cuerpo que es la Iglesia, para gloria del Padre y después en la vida diaria ser pan partido y compartido con los demás.
Nuestro Padre Dios valora la calidad de nuestra ofrenda ofrecida con honda sinceridad, con un corazón humilde y con una gran interioridad.
San Agustín nos sugiere, ‘Cuando vayas al sacrificio (de la eucaristía) no vayas tanto a ofrecer cosas, vete a ofrecerte a ti mismo, pues Dios, más que a tus cosas, te busca a ti mismo’.
El corazón del pobre, como de la viuda pobre, es la gran lección para amar en la entrega total al estilo de Jesús, pobre, que entrega su vida plena y totalmente.