Por Mary Velázquez Dorantes

La hermana Gloria Cecilia Narváez, originaria de Colombia, y perteneciente a la Congregación de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, fue secuestrada el 7 de febrero de 2017 cerca la localidad de Koutiala (Mali), donde llevaba seis años de trabajo misionero. Sus secuestradores, vinculados con AI Qaeda en el Sahel, irrumpieron en el centro de salud donde trabajaba y se la llevaron. Estuvo cautiva durante cuatro años y ocho meses, hasta que el arzobispo de Bamako, Jean Zerbo, confirmó su liberación en octubre de 2021.

Su vida misionera, siempre centrada en la Eucaristía, la ha llevado a lugares como México, la Amazonía, Ecuador y África. La incertidumbre que le tocó vivir, los años de silencio y soledad, los ofreció a Jesús y así lo comparte con El Observador de la Actualidad, con un testimonio de fe, amor y perdón.

Hermana Gloria, ¿cómo podemos comprender la fortaleza de la fe en medio de la persecución y el secuestro?

La fe la viví desde la experiencia de Dios. Yo miraba en camándula, en mi rosario, la Cruz de Cristo y, frente al desierto, también veía muchos árboles llenos de espinas que se asemejaban a una cruz. Estrechaba esa cruz y decía: “Si Cristo se humilló, se abajó y tuvo una muerte de cruz, por qué yo no puedo entregar mi vida en bien de los demás y que este sufrimiento ayude a tantos hermanos que sufren”. Así fue como viví la fe desde la experiencia de Dios.

¿Quién le mostró el camino de la fe?

Mi fundadora nos inculcó agarrarnos fuertemente de Dios… y de verdad que lo sentí en el silencio del desierto. En ese lugar experimenté la presencia de Dios y el manto de María que me protegía gracias a la formación que recibí.

¿Qué peligros enfrentó?

Había muchos peligros. De pronto ya estaban decididos a matarme o, por ejemplo, una serpiente estuvo a punto de morderme y en esos momentos el Señor estuvo protegiéndome, pero sobre todo me fortaleció porque tuve una fe puesta en El Señor.

¿Qué riesgos son parte la vida misionera?

Es necesario saber que la misión es seguir con Jesús, cargar la cruz, porque este no es el camino final, después de la cruz sigue la Resurrección. Como misioneros tenemos que aceptar la persecución y formar parte de esa pasión de Cristo. Sin pasión no hay victoria y, justamente, es donde está la presencia de Dios.

En su testimonio comparte que el secuestro que vivió también fue aprendizaje y transformación, ¿cómo es posible esto?

Esta experiencia me dejó mucho, por ejemplo, el hecho de liberar mi palabra y liberarme yo misma para liberar a los demás. Esto trae consigo mirar a todos con ojos de misericordia, mirarlos desarmada: mis palabras, mi corazón, mi mirada desarmada hacia los demás.

¿Qué le enseñó esta experiencia de misericordia?

Esta experiencia de misericordia me enseñó que nunca debemos encadenar a nadie porque a veces marcamos al otro. Hablamos mal de ellos o injuriamos a las personas y estar en el secuestro trajo toda esta enseñanza para mi vida de consagrada. Comprendí que debía continuar con la pasión porque, como dice el Señor en su Evangelio: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de sus días”.

¿Podremos llegar a gozar de libertad religiosa?

Para poder gozar de la liberta religiosa el primer paso es el respeto, por eso siempre estoy hablando de no encadenar a nadie, de respetar a cada persona por sus creencias religiosas, sus ideologías, su manera de ser. Pero también es cierto que debemos orar mucho por la Iglesia perseguida y colaborar, porque la Iglesia que sufre colabora y llega a los más necesitados, llega a los lugares más lejanos.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 3 de noviembre de 2024 No. 1530

 


 

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