Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
A veces se entienden los mandamientos como imperativos necesarios al comportamiento humano; por eso en este sentido algunos piensan que van contra su libertad.
Los planteamientos éticos son muy simples: ordenación de los actos en vista de un fin; si se entienden en el marco histórico y se ve a la persona sin sentido trascendente, entonces se podrá tener la ética utilitaria, el dinero es el fin de la vida; una ética hedonista, cuyo fin es el placer; la ética de la propia supremacía o de la voluntad del poder. No tienen un sentido trascendente, porque no se toma en cuenta la vida después de esta vida.
Por eso el planteamiento ético conforme a la trascendencia de la persona, sería la ordenación de los actos en virtud de un fin absolutamente último; entonces los medios no se les puede dar categoría de absoluto convertidos en fines, porque en realidad son relativos y limitados al tiempo: el dinero, el placer, el poder.
Karol Wojtyla, -nuestro san Juan Pablo II, en su condición de filósofo y maestro de ética, centra su planteamiento directamente en la persona cuando se pone en acto la misma condición esencial de la persona en el amor. El amor es la epifanía de la persona en cuanto persona. ’La acción revela a la persona’. La autodeterminación y ser persona, son equivalentes. Esa autodeterminación y realización sebe de estar orientada al cumplimiento pleno de la realización de la persona.
Wojtyla da un vuelco en el planteamiento ético, centrando el comportamiento de la persona en cuanto tal, en el amor. Más que ordenación de los actos es la persona misma quien al poner su esencia en acto imprime el amor en su comportamiento. Lo absoluto será el amor al prójimo y su apoyo y fuente, el amor de Dios y a Dios.
Valdría la pena leer directamente su obra donde da a conocer este planteamiento ‘Persona y Acción’ (Ediciones Palabra). La tesis doctoral de Rodrigo Guerra ‘Volver a la Persona’ (ed Caparrós) nos acerca adecuadamente al pensamiento de Karol Wojtyla.
El amor, por supuesto, es el imperativo del corazón, que en la libertad lo aprende y lo ofrece; quien se cierra al amar, se queda en los estrechos límites del ‘ego’, sin posibilidad de la realización en tanto persona y sin posibilidad ser feliz en Dios Amor, en el tiempo y por toda la eternidad.
Pero además de ser un mandato orientador como lo plantea el Maestro Jesús en su doble vertiente de amor a Dios y al prójimo, en una perspectiva de fe, deberíamos de entenderlo como un don que Dios nos ofrece.
Amar es la forma de vivir ante y en Dios y ante y por las personas. Sin amor no hay civilización posible, ni cultura acorde con la dignidad y grandeza de la persona humana.
Tendremos un mundo de ‘antihumanos’ o ‘antipersonas’, como lo ponen de manifiesto las guerras inmisericordes o la violencia sin límite en países supuestamente no bélicos.
Amar a Dios y al prójimo, son inseparables. Si se ama solo a Dios y no al prójimo, se ofende a Dios y se vive una mentira como lo advierte san Juan en su primera Carta; si se pretende amar solo al prójimo sin Dios, como lo pretende ciertas políticas y políticos, será siempre una quimera.
La primera y la última palabra es el Amor.
El amor exige la empatía para poder escuchar y comprender; el amor se expresa en la mirada; el Padre nos ve por la mirada amorosa de Jesús; el amor exige acogida tierna, respetuosa y delicada; el amor se contagia. El amor con sufre con los que sufren.
Jürgen Moltamann (1926-2024), teólogo protestante de la esperanza y del Dios Crucificado, nos enseña que Dios ‘sufre donde sufre el amor’. Y así es. Lo descubrimos en Jesús, pobre con los pobres, es manso y humilde, busca la paz y la justicia. Vive el amor en plenitud. En todos estos frentes, sufre con los que sufren, porque él mismo sufre porque es el Amor.
No tengamos miedo a amar con el corazón. Karl Rahner nos previene de ‘un egoísmo que sabe comportarse decentemente’.
La carta encíclica del Papa Francisco ‘Dilexit nos’, es un gran faro iluminador en la oscuridad cultural contemporánea y en los mares procelosos de la vida.
Cito un texto de este documento que nos puede ayudar a amar con Jesús, desde Jesús y en Jesús: ‘El 17 de mayo de 1906, el mismo día en que fray Carlos, -ahora san Carlos de Foucault, solo, ya no puede celebrar la misa, escribe que promete “dejar vivir en mí el corazón de Jesús para que ya no sea yo quien viva, sino el corazón de Jesús quien viva en mí, como vivía en Nazaret”. Su amistad con Jesús, corazón a corazón, no tenía nada de un devocionalismo intimista. Era la raíz de esa vida despojada de Nazaret con la cual Carlos quería imitar a Cristo y configurarse con él. Aquella tierna devoción al Corazón de Cristo tuvo consecuencias muy concretas en su estilo de vida y su Nazaret se alimentaba de esa relación tan personal con el Corazón de Cristo’ (nº 132).
El amor es la clave de la persona plena. El Corazón de Cristo traspasado es fuente del amor divino y humano. Sumergirse en él, el agua viva de la salvación, es sumergirse en su Corazón. Así se podrá vivir sin cortapisas el mandamiento-don del amor al Padre y a los hermanos, los humanos, como Cristo nos ha amado.
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