Por P. Fernando Pascual
El médico sabe más que el paciente. Por lo mismo, resulta fácil que el médico busque imponer sus propuestas al paciente, incluso contra la voluntad de éste.
Aquí surge la idea del paternalismo médico, que ha generado diversos debates. Un debate discute la validez (o falta de validez) de la siguiente formulación: puesto que el médico sabe lo mejor para el paciente, el médico puede obligar al paciente a seguir la terapia propuesta.
Existe una fuerte oposición al paternalismo, sobre todo desde el deseo de respetar la libertad del enfermo. En algunos países, incluso, está prohibido imponer terapias a la gente. En otros, se exige que el paciente firme, o exprese de modo claro, si desea o no desea seguir lo que le propone el médico.
En este tema, hay un punto de fondo que ha sido señalado por diversos autores: existe siempre una cierta asimetría entre el médico y el enfermo, asimetría que se explica porque el médico conoce más, y porque el paciente suele experimentar una sensación de desconcierto, incluso de angustia, ante su enfermedad.
Por eso, resulta natural que muchos enfermos acudan al médico con una íntima esperanza de ser ayudados. Como también resulta normal que los enfermos escuchen lo que dicen los doctores con una actitud interna de aceptación.
Hay casos, sin embargo, en los que un paciente rechaza lo que para el médico sería algo obvio. Un caso real entre muchos: una enferma de diabetes que empieza a ver cómo se infecta una pierna, rechaza la propuesta del médico de someterse a una amputación que ayudaría a salvar, al menos por ahora, su vida.
Ese caso, y hay muchos otros parecidos, manifiesta el conflicto entre lo que ve el médico (la amputación es “efectiva” para esta infección, que tal vez ya es gangrena) y lo que ve el paciente (la angustia por verse privado de una pierna y lo que implicará esto para su estilo de vida en los siguientes meses o años).
Para muchos, el médico no debería ir contra la voluntad del enfermo, por respeto al principio de autonomía o libertad, pues cada uno es el último responsable de su propia salud y de lo que hace para conservarla o recuperarla.
Pero el médico se sitúa casi siempre en una situación de “superioridad” sobre el enfermo, al menos en lo que se refiere al conocimiento sobre lo que sería objetivamente mejor para su salud, y ello lleva a muchos médicos a una actitud interior de paternalismo.
Quizá pueda ser de ayuda, en un tema tan complejo, recordar lo que expuso Juan Pablo II en un discurso del año 1980:
“La relación enfermo-médico debe volver a basarse en un diálogo hecho de escucha, de respeto, de interés; debe volver a ser un auténtico encuentro entre dos hombres libres o, como alguien ha dicho, entre una «confianza» y una «conciencia»” (Juan Pablo II, Discurso a un grupo de doctores y cirujanos, 27 de octubre de 1980).
Solo a través de ese diálogo, y desde la búsqueda común del bien posible, el médico evitará actitudes impositivas, y el paciente se abrirá, razonablemente, a lo que el médico le proponga en vistas a tutelar la salud que ha recibido como don de Dios.