Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Somos seres personales inmersos en el espacio y en el tiempo; ésta es nuestra vertiente histórica; pero con la Encarnación del Verbo, se abre para nosotros la dimensión de eternidad.

Podemos perder la vertiente de eternidad si se es esclavo de las ‘pasiones desordenadas del hombre, de las curiosidades malsana y la arrogancia del dinero no vienen del Padre, sino del mundo’( 1 Jn 2, a 17).

El criterio para mantener el equilibrio de lo temporal y de lo eterno, es cumplir la voluntad de Dios, según nos señala el Apóstol Juan en su 1 Carta.

Al interiorizar este año que termina, es muy saludable pasar nuestra vida y la vida de la sociedad en general por el tamiz de la conciencia, tan olvidada y vituperada por las idolologías y las emociones momentáneas.

Mirar al pasado, es saludable. Han transcurrido situaciones angustiosas y preocupantes. Quizá ahora se ven insignificantes. Han pasado momentos felices y hermosos que se fueron en un abrir y cerrar de ojos, como el ‘panta rei’, todo fluye de Heráclito. Llegó el año y así se marchó. Nuevo año, nuevo comienzo. Tiempo de proyectar un futuro promisorio; pero no en el esquema de mundanidad, sino como discípulos de Cristo, cumplir cabalmente la voluntad del Padre. Por eso ha bajado del cielo para hacer la voluntad del Padre que lo envío (cf Jn 6, 38). Esta postura implica positividad de su misión, clave de su existencia. Tiene su voluntad propia humana y divina, pero en su condición de Hijo se identifica con el proyecto del Padre. ‘La forma de la existencia del Hijo, que le hace Hijo desde la eternidad ( cf Jn 17,5) es ese ininterrumpido recibir del Padre todo lo que es él, y a él mismo’, afirma von Balthasar en  su Teología de la Historia. Ese recibir del Padre su condición de Hijo, diríamos, le responde en filialidad amorosa. No es su existencia para sí mismo sino para el Padre y en el Padre para todas las personas humanas; su autoconciencia humana es expresión de su conciencia de Hijo amado del Padre. 

El Buen Jesús, objetivamente hablando es el arquetipo de la conducta humana y divina; por eso es imprescindible vivir esa Alianza de amor con Cristo para ser un solo ser-Iglesia con él y con el Padre.

Así nuestra temporalidad, llena de Cristo, nos lanza a ser ‘peregrinos de la esperanza’, porque ‘la esperanza no defrauda’ como nos convoca el Papa Francisco para este Año Santo, poseyendo todos los bienes de Cristo. En Cristo y por Cristo, ser engendrados por el Padre -en la gracia participativa, y vivir simultáneamente el tiempo y la eternidad. Este es el modo de ser y de llegar a ser.

Somos el tiempo, como lo afirma san Agustín. Hemos de aceptar con gozo las diversas etapas por las que pasamos, de la infancia, la juventud, la adultez y la vejez, cada edad llena de sentido.

Es necesario ser prudentes para no suplir la ética, por la Historia, según ese cariz hegeliano y tener cuidado con la dictadura del tiempo.

Al fin del tiempo y principio de otro tiempo, Jesús nos invita a vivir el maravilloso equilibrio de la temporalidad y la eternidad. Son las dos caras que pueden ser de nuestra realidad.

Una existencia en recepción por los dones del Padre en comunión con Cristo Jesús y una existencia en donación en, por y con Cristo Jesús para las personas humanas.

Agendar nuestra oración, nuestra participación en la liturgia, realizar nuestro trabajo y cumplir nuestra vocación-misión en el amor de plena entrega al Padre y a los hermanos, los humanos.

Tener tiempo para Dios, es tener ya la eternidad en nosotros.

Fin del año civil se entrelaza con solemnidad litúrgica de la Santísima Virgen María, como Madre de Dios, -Theotókos, es decir literalmente, ‘engendradora de Dios’, definido en el Concilio de Éfeso en el año 431 de nuestra era.

Más allá de las fiestas de fin de año, hemos de tener los sentimientos de la Santísima Virgen, a tener nuestra contemplación con ella y desde ella en el Niño Jesús, para colmar nuestras alegrías y esperanzas.

‘Las coordenadas histórico-políticas no condicionan las decisiones de Dios; el acontecimiento de la Encarnación es el que llena de valor y de sentido la historia’ (Benedicto XVI).

Este acontecimiento de la Encarnación, ‘al llegar la plenitud de los tiempos’ (Gál 4,4), es el acontecimiento más importante de toda la Historia.

‘Dios envió a su Hijo, nacido de mujer’ (Gal 4,4). Por la maternidad de María, el Hijo engendrado eternamente por el Padre, es engendrado en el tiempo por ella. Es Hijo de Dios e Hijo de María Santísima. Ella mejor que nadie vive esa simultaneidad de la eternidad y del tiempo.

A la Theotókos, a la Madre de Dios, le pedimos que ‘ruegue por nosotros pecadores’, porque nuestra condición temporal a veces se ha cerrado para la comunión con Dios eteno y comunión con los hermanos.

A ella le pedimos que por su intercesión pueda llegar la paz a las regiones en situación de guerra; ella puede alcanzarnos que venga la paz, el consuelo y la justicia, a nuestra nación; ella puede interceder para que exista el amor al interior de nuestra familia.

Que ella nos alcance la gracia de una fe madura, humilde y valiente, llena de esperanza. Que nos veamos libres de todo fatalismo y fanatismo. Nuestra vocación divina es ser personas felices siempre, como la dichosa Virgen María, Madre de Dios,- el Hijo, y nuestra piadosa y tierna Madre.

Termino con estas palabras del Papa Benedicto XVI, quien a su vez evoca unas palabras del Papa Juan Pablo II:

‘Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo, y la historia del hombre se abrió al cumplimiento en el absoluto de Dios’ (31 Dic 2009).

El que hace la voluntad de Dios, como María Santísima, ya tiene la vida eterna. Puede gozar su condición temporal y ya eterna.

 


 

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