Por P. Fernando Pascual
Para evitar un malentendido, necesitamos entendernos. Porque muchas veces, por las prisas, o por errores al escribir o al hablar, entendemos del otro lo contrario de lo que realmente nos quería decir.
No resulta fácil entendernos si hay prejuicios, si estamos a la defensiva, si buscamos segundas intenciones tras las palabras del otro.
Tampoco es fácil entendernos si prestamos poca atención a quienes nos hablan, si tenemos mil asuntos en la cabeza que impiden concentrarnos en lo que ahora nos dicen.
Para entendernos, necesitamos acoger al otro en su dignidad, descubrir su valor como persona, y suponer que es honesto mientras nos expone algo.
Necesitamos, además, un poco de calma, para acoger de la mejor manera posible sus palabras, y así llegar a una buena comprensión de lo que desea comunicarnos.
En ocasiones, hay que repetir al otro lo que creemos nos ha dicho. Puede parecer algo molesto, pero ahorra muchos malentendidos y asegura que exista una buena comprensión del mensaje.
Al mismo tiempo, nosotros tenemos que esforzarnos por ser claros, por usar las palabras menos equívocas, por repetir, cuando sea necesario, nuestra idea con dos o tres formulaciones diferentes.
Si el diálogo se desarrolla con un mínimo de corrección, si sabemos escoger las palabras más comprensibles, si tenemos un mínimo de empatía, será posible llegar a entendernos.
Luego, podremos estar o no estar de acuerdo con lo que se nos dice. Pero siempre es bueno mejorar las expresiones para que podamos estar casi seguros de que hemos entendido lo que el otro nos ha manifestado, y que el otro también ha recibido las palabras más precisas para que pueda comprender nuestro punto de vista.
Lo cual, en un mundo donde abundan los malentendidos, es un logro importante a la hora de construir puentes que permitan diálogos fecundos, que nos permitan identificar lo que nos une y lo que todavía nos distancia, mientras caminamos juntos hacia esa meta que tanto anhelamos como seres inteligentes: la verdad.
