Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

‘El segregarismo social’ de Jürgen Moltmann (1926-2024) el teólogo protestante de la Esperanza, no solo se puede aplicar a las guarderías de niños, a los asilos de ancianos y a los hospitales de enfermos, sino se podría aplicar a quienes por diversos motivos viven la vida frustrados, con ilusiones irreales, los pobres drogadictos, los ricos que no se dan cuenta que son más pobres que los pobres, o aquellos habidos de poder.

Todo ser humano tiene una sed de infinito que absolutamente nada lo podrá colmar del todo.

La imaginación tiene dimensión de infinito y por eso alguna cosa o situación se le puede dar el valor de absoluto. Ahí está el engaño y el principio del drama y la tragedia.

En nuestros días, como señala el Cardenal Paupard a lo emocional se le da el valor de la evidencia o las toneladas de información sin distingos ni discernimientos que generan los pavorosos vacíos existenciales.

La conseja satánica persiste: ‘serás como Dios’. Solo se cae en el anzuelo de los pecados capitales tan presentes en el corazón humano de los ilusos frustrados: soberbia, la conciencia de la propia excelencia con el menosprecio de los demás: la avaricia o codicia el deseo desordenado de poseer bienes materiales y avidez desmedida de riqueza ofendiendo a la caridad;  la lujuria, el comportamiento irresponsable de la sexualidad sin límites; la ira, postura desmedida de rabia que puede llevar a actos violentos; la gula, el consumo desmedido e irracional de alimentos o bebidas;  la envidia, tristeza por el bien  ajeo y alegría por el fracaso de los demás; y la pereza, como la postura de quien no cumple sus deberes para con Dios, para con los demás y para consigo mismo. Son capitales porque son raíz y cabeza de otros pecados.

Se debe de ser cuidadoso para no caer en el bache de la felicidad subjetiva y completamente arbitraria y aparente; se tiene que orientar de modo objetivo, buscando los valores trascendentes en la línea de la dignidad humana según la tendencia teleológica y natural a la felicidad; se debe revalorar el pensamiento filosófico perenne y el ejercicio de la virtud, como revalorar la intencionalidad de sentimientos superiores por la verdad, el bien y la belleza, fuentes de felicidad, pero más allá de lo parcial, lo absoluto y supremo que es Dios, summa Verdad, summa Bondad y summa Belleza.

Dios ha puesto en el corazón del hombre este deseo inmanente de ser felices; por eso tenemos esa vocación divina a ser felices según su proyecto de amor. Con razón santo Tomás en el comentario al Credo nos dice que ‘Solo Dios sacia’; al igual que san Agustín, cuando comenta en las Confesiones (10, 20.29): ‘¿Cómo es Señor, que yo te busco? Porque al buscarte Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti’.

Por eso la felicidad, o la dicha, o la bienaventuranza prometida, como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1723), nos coloca ante opciones decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra, por útil que sea, como la ciencia, las técnicas y las artes, ni en ninguna creatura, sino solo en Dios fuente de todo bien y de todo amor’.

Por eso la Santísima Virgen María es ‘dichosa por creer’( Lc  1, 39-45). La vida encuentra su verdadera profundidad más allá de los análisis filosóficos y sociológicos, en le Fe. El aceptar el proyecto de Dios en lo más íntimo del corazón. Ser felices por creer en el amor de Dios; esa es nuestra vocación divina a la felicidad. Dios nos toma amorosamente en serio, para ser felices y compartir su felicidad, que se nos da en su amor y la donamos en el mismo amor a Dios y a los hermanos, los humanos.

Qué razón tenía Blas Pascal, cuando afirmaba que ‘nadie es tan feliz como un cristiano auténtico’.

Ante el encuentro de estas dos Madres, María e Isabel, nuestro espíritu se alegra también en Dios nuestro Salvador.

Se trata de acoger a Jesús Palabra como María Santísima y responder con nuestra palabra humilde y sincera, ‘me adhiero, creo en ti Jesús Bendito, Hijo del Padre e Hijo de la Santísima Virgen María, la Gebirá, la Madre del Rey.

Se trata no de una fe pasiva, heredada; sino de una fe vivida, confesada, pensada y celebrada en la liturgia y gozada en lo más profundo del corazón, porque nuestra vocación divina, es la felicidad que no conoce ocaso.

 


 

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