Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Los criaderos de perros y gatos tienen buena venta en esta época del año. Se acerca la Navidad. Los niños recibirán, casi todos, algún juguete. Hay pequeños, y adultos también, que recibirán, como regalo, alguna mascota. No está mal. Pero hay quienes aspiran a algo más que el cariño del «rocky» o de la «canela»: jóvenes solteros que, soñando con tener una pareja, tocarán a la puerta del corazón de alguna persona atractiva con la esperanza de que ésta les abra. No faltará el galán que aproveche el espíritu navideño para pedir la mano de su novia y le proponga matrimonio. ¡Eso sí es un regalazo de Navidad!
Un perro bajo el árbol de navidad no puede llenar el corazón del hombre. Por eso dijo Dios: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gen 2,18). Es como si dijera: «voy a hacer alguien al que pueda amar». Dios creó a los animales y se los presentó al hombre para que éste les pusiera su nombre. Al darles nombre, el hombre se dio cuenta de que entre él y los animales existe una abismal diferencia. Los animales no son imagen de Dios, y el hombre sí lo es. Podemos imaginar a Adán diciendo: «gracias, Señor, por los animalitos, pero no puedo amar a un rinoceronte o a una libélula».
Dios puso al hombre en un profundo sueño y le sacó una costilla. «Profundo sueño» se traduce mejor con la palabra «éxtasis», que quiere literalmente decir «salir de uno mismo». El éxtasis de Adán consistió en que Dios, del hombre, sacó a una mujer. «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne», dijo al verla, Adán emocionado. Ambos, hombre y mujer, comparten la humanidad común y ambos tienen el Espíritu de Dios dentro de ellos. Por eso están llamados a amar a imagen de Dios. Un toro nunca podrá decir de una vaca «esta sí es cuerno de mis cuernos y rabo de mi rabo». Los animales no son imagen de Dios.
¿Cómo sabe Adán que la mujer es a quien puede amar? Recordemos que ambos estaban desnudos. Sus cuerpos revelaban la verdad espiritual de sus personas. Se contemplaron como espíritus encarnados o carne espiritualizada. En su desnudez descubrieron que el cuerpo tiene un significado matrimonial o esponsal, así como los tornillos son para las tuercas y éstas para los tornillos. Es decir, el cuerpo fue creado para expresar amor y convertirse en regalo complementario para la otra persona. Y siendo uno regalo para el otro, hallaron el sentido y el significado de su existencia.
En esta Navidad que se aproxima, si eres joven y tienes tu pareja en un noviazgo serio y formal, o si ya estás felizmente casado por la Iglesia, puedes mirar a la persona que es tu complemento y pensar: «tú y yo podemos caminar juntos. Dios nos hizo uno para el otro. Puedo donarme a ti, tú puedes donarte a mí, y juntos podemos construir una comunión de amor a imagen de Dios, un matrimonio». Ese impulso sexual con el que el Señor te creó es para que experimentes el llamado divino a amar a tu pareja como ama Dios.
No está mal recibir una mascota como regalo de Navidad, pero hay un regalo que es incomparablemente superior: amar con el amor de Dios en el corazón a una persona del sexo contrario. De esa manera se puede experimentar la alegría, la paz y un conocimiento profundo de la bondad de nuestra raza humana.
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