Por Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas

MIRAR

Desde hace tiempo, el Papa Francisco nos invita a orar para que se acaben las guerras, como la de Rusia contra Ucrania, la de Israel contra sus enemigos, y otras, pero las guerras no se acaban. Pedimos a Dios que haya orden y respeto en Haití, democracia más confiable en Venezuela y respeto a las diferencias y libertades en Nicaragua, pero nada cambia; a veces, las situaciones empeoran.

Oramos para que todos aprendamos a respetar nuestra Casa Común y los gobernantes tomen medidas más eficaces para controlar la crisis climática, pero casi nadie hace caso. Pedimos que haya buen trato a los migrantes, pero se les cierran fronteras, se les condena y rechaza con un racismo persistente. Suplicamos que un huracán pase pronto sin causar daños, pero mueren personas y hay mucha destrucción. Pedimos que aumenten las vocaciones sacerdotales y religiosas, pero disminuyen cada día más, pues las familias ya no quieren tener hijos y éstos tienen otros intereses materialistas.

En contraposición, ¡cuántos de nosotros damos testimonio del poder admirable de la oración! Las oraciones de muchas mamás salvan a los hijos y les acompañan con sus bendiciones. Hay campesinos que, con mucha fe, oran por el buen tiempo, que llueva o deje de llover, y sucede. ¡Cuántas cosas buenas nos pasan, y no hay otra explicación que la mano misericordiosa de Dios!

 El año pasado, yo estuve a punto de morir por una enfermedad muy grave, y las oraciones me sacaron adelante. En Chiapas, tuve muchos problemas, y pude servir gracias a mi oración y a las oraciones de muchas personas que se solidarizaron conmigo. En mi ministerio sacerdotal, he vencido tentaciones, incomprensiones, calumnias y hasta pobrezas, gracias a la oración, sobre todo ante el Sagrario. Allí he encontrado una fuerza increíble, para hacer frente a tantas situaciones que se me han presentado.

DISCERNIR

Como describe la Ordenación General de la Liturgia de las Horas, “los evangelios nos presentan a Jesús muchísimas veces en oración y lo que Jesús puso por obra nos los mandó también hacer a nosotros. Muchas veces dijo: “oren… pidan”; indicó que pidiéramos en su nombre, nos proporcionó una fórmula de plegaria, advirtió que la oración es necesaria, dijo que la oración debe ser humilde, que debe ser atenta, que debe ser perseverante y confiada en la bondad del Padre, que debe ser pura de intención y concorde con lo que Dios es.”

Pero advirtamos que nuestra oración no es para obligar a Dios que haga lo que nosotros queremos. En su oración en el Huerto de los Olivos, Jesús pide con insistencia a su Padre que no sufra todo lo que prevé que será su pasión y su cruz, pero siempre afirma: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Dios Padre no lo libró de la muerte, y por ello Jesús le expresa: “¿Por qué me has abandonado? Sin embargo, concluye: “En tus manos encomiendo mi espíritu”, y Dios Padre no lo abandonó en el sepulcro.

Por eso, en la oración del Padre nuestro, Jesús nos enseñó a decir: “Hágase tu voluntad”. Por tanto, hemos de pedir e insistir a Dios en nuestras súplicas, pero siempre dispuestos a

que se haga todo conforme a su voluntad, que es lo más sabio, lo que Él sabe que más nos conviene.

Dios no hace todo lo que le pedimos no porque no pueda o no quiera, pues hay milagros suyos en todos los tiempos, sino porque respeta nuestra libertad y quiere nuestra colaboración; no somos fichas de ajedrez que Él mueve a su antojo. Nos hizo personas libres, incluso con la capacidad de hacer el mal. Nos formó a su imagen y semejanza, para que seamos, con El, artífices de un mundo mejor.

El papá de la parábola evangélica respeta al hijo que se aleja de casa, pero le espera con los brazos abiertos para que regrese a su hogar. Dios quiere que los grupos armados se conviertan y dejen de hacer tanto daño, pero Él no quiere resolver todo, porque muchas situaciones dependen de nosotros.

Espera que las familias eduquen bien a sus hijos, para que no se integren a grupos criminales. Espera que los gobiernos hagan su trabajo de desarticular y desarmar a quienes están gobernando e imponiendo sus leyes por todas partes. Hay presidentes municipales y autoridades locales que son detenidos como si fueran colaboradores de esas bandas criminales, sin tomar en cuenta que son obligados a hacer lo que esos desalmados ordenan. Encarcelan a autoridades y policías que son obligadas a actuar indebidamente, y no detienen a las cabezas del crimen organizado, siendo que todo mundo sabe quiénes son y dónde viven. No sé si el gobierno no pueda, o no quiera combatir a esos líderes criminales.

ACTUAR

Sigamos orando por la paz y la justicia, por la salud y el trabajo, por las autoridades y nuestras familias, por la comunidad eclesial y por los no creyentes, pero seamos colaboradores de Dios, haciendo lo que está de nuestra parte para que vivamos en paz.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de diciembre de 2024 No. 1536

 


 

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