Por Arturo Zárate Ruiz

En Navidad, ¿quién soy yo? ¿Una persona que se preocupa sólo por recibir regalos y comer, o una que pone en primer lugar a Dios, yendo a misa a adorarlo?

Tal vez convenga un examen de conciencia. Mirémonos en el espejo de quienes vivieron la primera Navidad.

Empecemos con los malos; irrumpe Herodes. Tres cosas horribles de él se me vienen a la mente. La primera, su matanza de los Inocentes, no sólo los de Belem, también inclusive sus hijos Alejandro, Aristóbulo y Antípatro. ¿Qué hoy no hay nadie que se comporte como Herodes matando niños e inclusive a sus hijos? ¿Pues qué es el aborto? Y aunque de ningún modo llegue a tener el mismo nivel de malicia, ¿considero que los hijos y los niños son un estorbo a mi “éxito” profesional? Otra cosa horrible de Herodes fue su obsesión por ser rey. Fue por considerarlos amenaza a su reinado que mató a sus hijos y a los niños de Belem. ¿Que no soy como Herodes en lo que concierne a esta obsesión? ¿No me amacho en no pocas ocasiones a que, a como dé lugar, se haga mi muy terca pero tonta voluntad? ¿No se me salen hasta las lágrimas cuando emocionado canto “pero sigo siendo el rey”, o también “todo esto fue a mi manera”, no según Dios? En fin, Herodes se consideró al final de sus días, divino, a punto de permitir que lo adoraran, el peor pecado de cualquier judío, más aun, siendo él su líder. Las crónicas dicen que de inmediato Dios lo castigó con una enfermedad prácticamente sólo reportada en él: se llenó de gusanos que se le comieron vivo. Tal vez no me ocurra ahora esto, ¿pero no caigo en el mismo pecado de sentirme divino cuando reclamo, vanidoso, la atención y el aplauso de todos?

Entre los malos están quienes se negaron a darle posada a Jesús, José y María, inclusive quien, aunque sí los recibió, los mandó al establo, con los animales. ¿No ocurre esto conmigo cuando no practico las obras de misericordia, cuando soy indiferente ante el prójimo que sufre, cuando en la misma consagración no adoro a Jesús sino contesto una llamada en el celular, la que me resulta más importante?

Pero mejor repasemos a los buenos. El ejército de Ángeles celestiales sí adoraron a Jesús, aun hecho un niño en pañales, es más lo anunciaron con “glorias”, algo que a los ángeles malvados les horrorizó por la inferioridad del hombre respecto a los espíritus puros. El reconocer a Dios de los ángeles buenos en el bebito sigue dándose en adorar a Dios en el sagrario. ¿Lo hago yo con la misma devoción? ¿Y una vez recibido el anuncio, corro como los pastores a encontrar a ese niño y postrarme ante Él, con espíritu sencillo y humilde? 

¿Qué regalos le llevo a mi Señor? Melchor, Gaspar y Baltasar le llevaron oro, incienso y mirra: oro, porque lo reconocieron Rey; incienso, porque lo reconocieron Dios, mirra (un unto para preservar los cadáveres), porque lo reconocieron Hombre, quien daría su vida por nosotros para conseguir así nuestra salvación; oro, como obra de caridad; incienso, como práctica de oración y adoración; mirra, como forma de mortificación y penitencia. ¿Reconozco a Jesús como mi Rey, mi Dios y como Hombre? ¿Procuro mi purificación con obras de caridad, de oración y mortificación de mis sentidos?

Por supuesto, brillan entre los buenos José y María. Le entregaron a Dios todo su corazón, todo su cuerpo, toda su vida, todo su ser, sin escatimar nada. Lo sirvieron con alegría, exclamando alabanzas, aun cuando por ello sufrieron estrecheces, rechazos, desprecios, burlas, persecuciones. ¿Y yo a veces no me persigno frente a la Iglesia porque me da pena que me vean muy católico?

Y no olvidemos al Niño Jesús. Dios no sólo se hizo Hombre, también se hizo bebito inerme, desvalido, necesitado de los cuidados de los demás. Lo que destacaría ahora no es si respondo yo como José y María protegiendo y cuidando del más débil. Lo que me pregunto es si, como Jesús, acepto estos cuidados y protección, aun el simple consejo de un amigo, cuando me encuentro débil, en vez de ensoberbecerme y no aceptar ayuda ni apoyo de nadie.

¡Feliz Navidad! Que cada día crezca más nuestra alegría por saber que Dios se hizo Hombre para que los hombres nos insertáramos en su divinidad.

 


 

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