Por P. Joaquín Antonio Peñalosa

De mí han hablado mal, que ni la gente honorable se escapa. Suponen. Inventan. Atacan por atacar. Soy hijo del bosque, multifamiliar, seguro social y cruz roja para las avecillas que en mí encuentran dormitorio, protección y descanso. Para celebrar que el Todopoderoso apareció en la Tierra hecho un niño mudo, paralítico y pobre, me enjoyan con pulseras de luces y collares de estrellas escarchadas en cada Navidad.

Los ecologistas me acusan de despoblar la selva. Los falsos profetas, que soy símbolo profano. Los católicos, de ser una costumbre protestante. Los melindrosos de que yo desplazo los nacimientos, pesebres o belenes. Sucede que San Bonifacio, el incansable evangelizador de Alemania, se atrevió, el año de 724, a talar la famosa encina de Geisnar dedicada al dios Donar, plantando en su lugar un abeto en honor de Cristo y decorándolo de luces para que iluminara aquellas latitudes donde el sol se acuesta muy temprano. Así el misionero explicaba a aquellos hombres medievales que mientras los otros árboles pierden la hoja, el abeto verde es signo de Cristo el Viviente, y que el árbol brillante de luces representaba al Salvador que es la luz del mundo.

La liturgia eslava, desde la Edad Media, celebra el 24 de diciembre como la fiesta de Adán y Eva sin que falte, en recuerdo del Paraíso, el adorno de un árbol con manzanas rojas o bolitas de color en recuerdo del pecado y la redención.

Árbol y nacimiento coexistieron pacíficamente hasta la Reforma protestante. La influencia de la predicación iconoclasta de los luteranos tendía eliminar el belén o nacimiento en favor del árbol. Para suplir el vacío que habían dejado las imágenes del pesebre —el Niño, María, José, pastores, ángeles, reyes magos—, surgieron múltiples y bellas leyendas en favor del árbol que, desde entonces, fue imponiéndose como una costumbre navideña que hoy adoptan aun lugares sin referencia cristiana.

En Alsacia celébrase la Navidad, en el siglo XVI, con un árbol adornado y, al siguiente siglo, ahí mismo se extendió la costumbre de colocar regalos en torno al pino. En el siglo XVIII llegó a Inglaterra acompañado de figurillas —María, el asno, el buey— y en su cima, el Niño Jesús; en 1840, un gallardo pino lucía en el palacio real de Londres.

De Inglaterra pasó el árbol a Estados Unidos, donde encontramos el primer árbol engalanado en una vía pública de Boston en 1910. Y de Estados Unidos, esa gran caja de resonancia, el pino corrió mundo.

Unión de tradiciones germanas y latinas, se alza enhiesto pino junto a la representación de la gruta de Belén ante la basílica de San Pedro de Roma.

Tal es mi acta de bautismo. Tal es mi historia. Yo, el árbol de la noche santa, les deseo una luminosa y feliz Navidad.

*Artículo publicado en El Sol de México, 22 de diciembre de 1994; El Sol de San Luis, 24 de diciembre de 1994.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de diciembre de 2024 No. 1537

 


 

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