Por Felipe Monroy

Intensa atención –aunque quizá no por las razones correctas– ha recibido la película Cónclave (Berger, 2024) que ficciona la simbólica reunión de cardenales en el Vaticano para la elección del sumo pontífice. Los eventos se desarrollan tras la muerte de un Papa que, se da a entender, comenzó profundas transformaciones en el gobierno eclesiástico; así, poco a poco, el colegio cardenalicio asiste a Roma para participar del encierro bajo llave (con clavis) para deliberar el futuro de la institución a través de estrategias políticas, pragmáticas y maquiavélicas.

Lo primero que hay que decir es que no hay ninguna razón para pensar que la gente acudiría a ver el filme como si fuera un documental; se trata de una ficción muy bien lograda para términos del entretenimiento respecto a un singular evento religioso internacional que es la elección del líder de la Iglesia católica. Para entender el filme hay que revisar la producción cinematográfica de sus artífices: el director Berger se distingue por sus dramas bélicos y humanos (Sin novedad en el frenteDeutschland 83JackYour Honor); al igual que los guionistas Straughan Harris con sus thrillers de espionaje, legales, detectivescos y true crime. Por lo que Cónclave no puede ser sino un thriller político-detectivesco-legal sobre la elección del Santo Padre.

Los personajes centrales son un puñado de cardenales en los que gira la trama: el cardenal  decano Lawrence cuya responsabilidad es conducir con orden el cónclave (Fiennes, correcto, mesurado); el cardenal Bellini, aparente sucesor natural y favorito del finado pontífice (Tucci, mal asesorado); el cardenal Tedesco, líder del ‘ala dura’ y opositor de las políticas ‘modernizadoras’ (Castellitto, extravagante); y un sospechoso Benitez, cardenal secreto ‘in pectore’ de origen humilde, periférico y casi martirial (Dihez, también con una actuación moderada y sin exotismos).

Los acontecimientos del filme no sólo se tornan complejos mientras avanza la trama, buscan evidenciar que el ambiente en el que se desarrolla esa ficción también es confuso, carente de respuestas. El espectador está tan encerrado como los propios personajes, ignorante de los hechos que precedieron a la muerte del Papa; por lo tanto, todo se torna en intriga y prevalece el suspenso. De hecho, uno de los personajes lo declara directamente: “Si sólo existiera la certeza y ninguna duda, no habría ningún misterio”. Podemos decir lo mismo sobre el filme: Sin el aderezo de las intensas polémicas entre esos eclesiásticos, no habría historia.

En general, las actuaciones son correctas, aunque algunas actitudes de los cardenales serían muy difíciles de que se reprodujeran en la realidad; como sea no es sencillo modular gestos, ritmo y cadencia en las palabras de varones consagrados, de distintos orígenes y personalidades, pero que comparten una jerarquía sumamente estrecha. Lo fácil –como ya se ha hecho en otras producciones hollywoodenses– hubiera sido optar por una actuación de exagerada beatitud, afectada piedad o, por el contrario, mostrar sólo el desparpajo de poder y la maldad del que se sabe intocable. Hay que celebrar que no sea el caso.

Una de las cosas mejor logradas en el filme son los espacios y la fotografía, que no sólo le dan personalidad a la historia, sino que acompañan las diatribas de los personajes. Por supuesto, algunas locaciones son réplicas de los lugares donde en la realidad suceden los cónclaves (como la Capilla Sixtina); pero muchos otros espacios no se acercan a la realidad. Aunque eso no importa pues, en el filme, las locaciones tienen sentido cinemático. Por ejemplo, la masividad de algunos espacios provoca sigilo, secreto y silencio involuntarios; y, por el contrario, los espacios estrechos hacen resonar lo íntimo, los pensamientos, sensaciones y sentimientos. Algo así sucede con el vestuario que, muchas veces responde más a una necesidad de armonía visual que narrativa.

Sin embargo, la verdadera polémica que se ha suscitado en algunas organizaciones católicas –y que es azuzada por liderazgos de ciertos ministros puristas dedicados a escandalizar y enardecer ideológicamente a la grey–, es respecto al tratamiento que se da a la vida interna de las jerarquías religiosas. Es un hecho que esa vida interna suele ser un misterio para quienes están fuera de ellas. Por ello, de forma simplista, medios y productos culturales suelen reducir a los líderes religiosos a dos opciones: seráficos inmaculados o perversos manipuladores. Dicho simplismo ha hecho mucho daño tanto a los contenidos propagandísticos de la fe como a los contenidos directamente antirreligiosos.

Por ello, resulta rescatable que los temas que afectan los sucesos en el cónclave, aunque polémicos, no dejan de ser atendidos desde una búsqueda por el ‘bien superior’. Y esa convicción casi siempre está presente en las palabras de los cardenales; lo cual refleja bien que, a pesar del enfrentamiento, hay coincidencias. No obstante, con el objetivo de desarrollar tensión y mayor conflicto, el filme opta por diálogos imposibles y acciones impropias de los consagrados; sin los cuales, por otra parte, no podría avanzar la historia.

Lo que resulta interesante es que el filme Cónclave busca reflejar una de las mayores tensiones actuales en la Iglesia católica: la lucha entre conservadurismos y progresismos ideológicos. Y si bien, es bastante certera en las perspectivas y estratagemas que estilan ciertos personajes de Iglesia, peca al mismo tiempo de lo que justamente falla hoy en esos grupos eclesiásticos: el inmediatismo, el neopelagianismo (el hombre salva a Dios, y no Dios al hombre), el maniqueísmo y el bipartidismo.

El filme echa mano de actuales temas mediatizados que sin duda provocan hoy gran interés social respecto a la vida de la Iglesia católica: los juegos palaciegos, la corrupción de estructuras económicas, los problemas del celibato, el abuso desde el poder, la reivindicación femenina, la cuestión en torno a tolerancia religiosa, la migración, el cambio de época, la disciplina moral, la interpretación doctrinal, los problemas de la identidad, la misión y la mirada al futuro. La película toma todo eso y lo salpica a lo largo de una ficción donde, por fortuna no busca buenísimos ni malvados; sólo tribulaciones humanas.

Finalmente, es necesario aclarar que hay algo –o mejor dicho Alguien– que falta en el filme y que otros proyectos sí han alcanzado a construir cinemáticamente para hacer justicia a la complejidad de la vida de hombres y mujeres de fe: la presencia de Dios. No hablo de luces, truenos o apariciones angelicales sino de la conciencia de la existencia de Dios en el actuar de los personajes: En la oración, en la compasión, en la humildad, en el silencio (por ejemplo Silence, de Scorsese es una magistral prueba), en el sentimiento de minoridad y debilidad; o por el contrario, en la alegría, la comunidad, la comunión, la fortaleza espiritual ante las adversidades, en la confianza en los otros y en el obrar de Dios en sus tiempos, en sus modos y en lo inescrutable para el humano.

En conclusión, es una película más de espías, detectives y conspiradores que de hombres de fe abiertos a la voz de Dios presente en los signos de los tiempos; aunque, por otro lado, tampoco son realidades estrictamente excluyentes.

 

Publicado en monroyfelipe.wordpress.com

 


 

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