Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Hemos de leer el ‘signo’ de la boda de Caná (cf Jn 2, 1-11) en la perspectiva de Jesús, el Esposo Mesías, quien realizará el misterio de Alianza de Comunión con su Esposa, la Iglesia. El agua que por el ‘sí’ de Jesús se convierte en el vino de la alegría del amor, en su momento se convertirá por el ‘Sí’ de Jesús el vino en su propia sangre, de la nueva, definitiva y eterna Alianza.
Por eso son inaceptables las divisiones entre cristianos y los supuestos defensores de la ortodoxia de aquellos que buscan su propia iglesia, ofenden gravemente la Comunión y desgarran la túnica inconsútil del Salvador.
El proyecto del Padre que realiza Jesús, es proyecto de amor y de comunión, como mutuo don y mutua entrega, en la Cruz y se actualiza en la Eucaristía, para ser con él, un solo ser, un solo corazón, una sola historia.
Los esposos por su alianza de comunión, se convierten en signo de Cristo Esposo y de su Esposa, la Iglesia. De aquí que su amor humano por el sacramento toma el nivel de amor divino. En su condición de esposos, deben vivir esa alianza de comunión de personas como mutuo don de hombre y mujer creados y orientados a la complementariedad y mutua ayuda.
Por el sacramento del matrimonio, los esposos adquieren el estado sacramental de ser en su mutuo amor, mutua ternura y mutua caricia, signo permanente del amor mismo de Dios. Expresan en su vida el sacramento del amor divino.
Por eso para dinamizar su vida sacramental de esposos, sería excelente recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, por la Santa Eucaristía, Jesús mismo. Él se hace presente en el estado sacramental del matrimonio. Él puede convertir el agua de las imperfecciones en vino de exquisita caridad.
El matrimonio debe ser fiesta continua de amor y de alegría; es obra de Dios Amor. Los esposos pueden revelar en sus gestos, actitudes y acciones en el tiempo, el Amor eterno de las divinas personas; serían como su prolongación de comunión, de mutuo don y de mutua entrega.
No caben los egoísmos adolescentes; el matrimonio constituye a los esposos en mutuo don y mutuo regalo. No caben las filosofías de Savater, ni los planteamientos anticristianos de Freud.
El esposo puede ser don de Dios para la esposa; la esposa puede ser regalo de Dios para el esposo. Solo el amor engendra la verdadera alegría y la alegría maravillosa de los hijos, dones de Dios y caricia de Dios para sus padres.
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