Por P. Fernando Pascual
Tener razón, o al menos estar convencido de tenerla, ¿dificulta el diálogo?
Parecería que sí. Basta con encontrarnos con algunas personas que están muy seguras de lo que dicen para constatar cómo reaccionan ante quienes les llevan la contraria.
Desde luego, si dos más dos son cuatro, causa irritación encontrar a quien, por error, diga que son cinco o son tres.
Pero en otros muchos temas, las cosas no son tan claras como las matemáticas. Basta con pensar en asuntos sencillos como el fútbol, o mucho más complejos, como las causas de una inflación galopante.
Cuando nos encontramos con quienes piensan de otra manera, podemos estar seguros de tener la razón y, al mismo tiempo, saber dialogar con los “adversarios”.
Ello es posible si existe buena educación, si reconocemos la humanidad de quien nos presenta ideas opuestas a las nuestras, y si nos abrimos a la posibilidad de un diálogo que permita avanzar, aunque sea un poco, hacia la verdad.
No siempre el diálogo lleva a unos a reconocer sus errores, y a otros a matizar sus verdades. Muchas veces los que debaten terminan pensando como antes de discutir.
Sin embargo, si en ambas partes hay una sana escucha, y si cada uno sabe exponer sus convicciones de modo educado y respetuoso, el diálogo no solo resulta posible, sino que permite romper barreras y abrir mentes y corazones.
Tener razón y saber dialogar es algo posible para todos. En ocasiones, resultará difícil, sobre todo en temas realmente complejos y que levantan pasiones. Pero el esfuerzo de unos y otros por escuchar y exponer serenamente los diferentes puntos de vista es siempre una victoria importante en el hermoso arte del diálogo.