Por P. Fernando Pascual

El tema de las reliquias se ha convertido en un problema para muchas comunidades surgidas de la reforma protestante. Esas comunidades critican, con mayor o menor energía, el hecho de que los católicos usen reliquias.

Hace años un luterano de Suecia tocó el problema y envió sus reflexiones a una religiosa católica (también de Suecia), la Madre María Isabel (Elizabeth) Hesselblad (1870-1957).

El luterano se llamaba Harald Schiller, y envió a la Madre un texto polémico donde criticaba cómo los católicos daban culto a las reliquias.

Madre María Isabel, que antes había sido luterana y que luego se hizo católica, le envió una bella respuesta. Recordó al amigo luterano cómo una vez había encontrado en un hospital de Nueva York, cuando era enfermera, a un profesor enfermo.

El profesor pidió a María Isabel que le trajese un pedazo de lápiz que tenía en su chaqueta. Ella encontró el lápiz y lo trajo al enfermo, que se llenó de alegría: aquel lápiz era un recuerdo de su padre.

Tras reproducir esta sencilla anécdota, Madre María Isabel añadía estas líneas a su amigo luterano:

“Los protestantes afirman a menudo que dependen solo de la Biblia, pero olvidan que el pueblo era sanado de las enfermedades cuando tocaba los huesos de los profetas, como dice la misma Sagrada Escritura. Y todavía más: las personas curaban si se extendían sobre ellas los vestidos del apóstol”.

Luego explicaba:

“Mi pensamiento es este: no son los huesos ni los vestidos los que hacen prodigios, es el amor de Dios omnipotente que se irradia y los permite. Las almas y estos cuerpos, de los que quedan solo huesos, mientras vivieron estuvieron unidos a Dios en el amor. El amor de Dios es la cosa más fuerte en todo el Universo”.

Las reliquias son, para los católicos, un recuerdo. A través de ellas hacemos presente hoy ese Amor infinito de Dios, que se manifestó de modo especial en los santos, a los que recordamos, precisamente, gracias a las reliquias…

 
Imagen de Karen .t en Pixabay


 

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