Por Rebeca Reynaud
Charles Chaplin le dijo a su novia, mucho más joven que él: “Cásate conmigo para que yo pueda enseñarte a vivir, y tú me enseñes a morir”. Contestó: “No Charlie, me casaré contigo para aprender a ser madura y enseñarte a mantenerte joven para siempre”. Juntos dieron la bienvenida a ocho niños en el mundo.
Dios mismo es el autor del matrimonio (GS, 48,1). ¡Qué gran idea tuvo!
Hemos de tener una visión positiva y alegre de la vida matrimonial, la amistad conyugal ayuda mucho si se le cultiva. Yo recuerdo que mi madre siempre tenía algo interesante que contarle a mi papá. Le gustaba mucho leer historia del antiguo Egipto, de los héroes nacionales y de la historia europea, y mi papá se encantaba de escucharla. Ayuda mucho tener intereses comunes para lograr afianzar esa amistad.
En un artículo titulado “El amor matrimonial como proyecto y tarea común”, dice que la unidad es el secreto de la vitalidad y la fecundidad en todos los órdenes de la vida. El amor matrimonial, aunque comience por el sentimiento, se consolida por la unidad de objetivos, deseos y aspiraciones en el proyecto común de vida.
Sin el enamoramiento la especie humana difícilmente sobreviviría. El matrimonio indisoluble es una exigencia de la naturaleza antes que un producto de las tradiciones culturales o de creencias religiosas. El compromiso que se contrae no es “vivir con” sino vivir para el otro, se trata de entregar la propia vida por el otro.
Nos toca a cada uno cuidar el propio matrimonio y la familia. A veces nos toca ayudar a matrimonios en situaciones críticas. Además, el sacramento del matrimonio santifica la relación. ¿Y qué nos pide Dios? Ser santos. La familia es una escuela de vida, donde se educa en el amor y se integra el corazón, cuerpo y alma. No dejemos que la escuela suplante esos “momentos de oro” cuando la madre explica a su hija – y el padre a su hijo varón- qué significa pasar de ser niña a adolescente y la belleza de ir al matrimonio con el cuerpo limpio.
Los hijos en el proyecto común
Dentro del proyecto familiar, la educación de los hijos –si los hay-, es quizá la tarea principal. Desde pequeños los hijos necesitan ver que sus padres están unidos, que no pelean ni discuten enfrente de ellos. Las cosas que suceden en el hogar influyen para bien o para mal en las criaturas. Tienen que palpar su común acuerdo acerca de las cosas importantes, han de descubrir, en los detalles y gestos, que son aceptados y amados por lo que son, incondicionalmente: ¡Qué bueno que estés con nosotros y formes parte de nuestra familia!
Una prima que vive cerca de los Alpes, en Francia, me contó que pidieron a su comunidad ayuda para atender loquitos, y esa ayuda consistía en tener a uno de ellos el fin de semana en sus casas. Ella aceptó a uno de ellos, y después de varios meses, a la hora de recogerlos, el loquito se escondió y tuvieron que regresar sin él. Cuando apareció el loquito le comunicó a mi prima que quería quedarse en esa familia para siempre, ¡había encontrado un hogar! Así que firmaron los papeles para su “adopción”.
Si los hijos viven en un ambiente de realidades y no de caprichos, será más fácil que aprendan a autogobernarse y que, a su tiempo, quieran repetir el modelo.
Un padre golpeador va a facilitar que su hijo lo sea, porque las conductas de los padres tienden a repetirse en los hijos. Más que violencia hemos de apegarnos al diálogo, a la comunicación con los hijos.
En Texas, un día un niño se cayó del autobús escolar y tuvieron que darle unas puntadas en la cabeza. En el recreo se puso a correr con otro y se rompió un diente; en la tarde ese mismo niño se cayó y se fracturó un brazo. El director de la escuela, Chapman, decidió llevarlo a su casa antes de que otra cosa pasara. Durante el viaje Chapman notó que el niño guardaba cuidadosamente algo en su bolsillo. Le preguntó; “¿qué es?”. “Una moneda de 25 centavos”, respondió el niño, “la encontré en el patio antes de caerme”, y continuó emocionado “nunca había encontrado una moneda de 25 centavos. ¡Este debe ser mi día de suerte!”.
Es cierto que cada hijo es una novela que escriben ellos mismos conforme van madurando, pero se pueden topar con obstáculos que no ayuden a su estabilidad, como la pornografía y tantas conductas delictuosas.
Cuando los hijos ven que sus padres se quieren, se sienten seguros, esto aporta estabilidad a su carácter, crecen con serenidad y con energía para vivir. Si además procuran convivir el mayor tiempo posible con ellos, aprenderán las exigencias de la entrega a los demás como por ósmosis. La familia es camino para vivir la caridad con los demás.
En la familia no hay dos proyectos singulares, sino uno que enriquece la vida de ambos, cada uno con sus zonas de autonomía y de convivencia.
El secreto del amor es querer que el otro sea feliz. El Papa Francisco dice que “las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta” (Audiencia 7-I-2015).
La mujer y el hombre maduros saben practicar el respeto a la autonomía y personalidad del otro. Es más, cada uno vive la vida del otro como propia.
Milagro es el que se llevó a cabo en las bodas de Caná: el agua se convierte en vino, y es palpable; misterio significa que hay un cambio, pero no lo vemos, como en el caso de la transustanciación, al convertirse el vino en la Sangre de Cristo durante la consagración en la Santa Misa.
El misterio de la Santísima Trinidad es que las tres Personas viven una unidad perfecta, pues este es también el misterio del matrimonio. Dios es una vida de relación permanente. El matrimonio es una alianza, símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo, por eso una ruptura es grave.
En la fidelidad matrimonial está la felicidad. Si los hijos maduran en la fidelidad de los padres, aprenden el secreto de la felicidad y el sentido de la vida.