Por P. Fernando Pascual
El escepticismo parece contar a su favor con una experiencia humana casi universal: la de los errores.
Un error surge cuando creemos algo contrario a los hechos, cuando admitimos como verdadero lo que no existe, sea respecto del mundo natural, sea respecto de los comportamientos humanos (del pasado y del presente).
Así, quien pensaba que la guerra la ganaban los de un país cuando en realidad la estaban perdiendo (por creer lo que leía en medios informativos y en redes sociales), siente confusión al constatar cómo estaba equivocado, hasta llegar a desconfiar de las “certezas” ajenas y propias.
Este fenómeno (descubrir un error, empezar a dudar de muchas otras convicciones) parecería apoyar la tesis escéptica, al menos respecto de ciertos ámbitos: sobre un buen número de temas, no conocemos la realidad.
El error, sin embargo, solo puede ser descubierto cuando nos apartamos de lo equivocado precisamente porque nos hemos acercado a lo verdadero.
En otras palabras, descubrir un error solo es posible si, en el fondo, creemos que algunas verdades son asequibles a nuestra mente.
Por lo mismo, la experiencia de salir de un error, lejos de llevarnos al escepticismo, nos debería conducir a una mayor confianza en las posibilidades humanas de huir de lo falso y de avanzar a la verdad.
En cierto sentido, ese era uno de los grandes proyectos de Sócrates, al menos como fue presentado por uno de sus discípulos, Platón: ayudar a los hombres a dejar suposiciones equivocadas para acercarse, poco o mucho, a verdades que deseamos con toda el alma.
Cada vez que descubrimos un error, cada vez que reconocemos que estábamos equivocados, damos un pequeño o un gran paso hacia la verdad.
Desde luego, el camino puede ser difícil, y más de uno sentirá el deseo de tirar la toalla y declararse escéptico o agnóstico.
Pero muchos otros, tras superar una mentira o un error, lograrán una mejor perspectiva para seguir adelante, junto a tantos hombres y mujeres que desean, en la medida de lo posible, conocer mejor este mundo inmenso y misterioso en el que se desarrolla la aventura humana.