Por P. Fernando Pascual
Las tareas aparecen ante nosotros como olas que llegan una tras otra, de un modo que a veces nos aturden o incluso nos angustian.
¿Habrá tiempo para rellenar los formularios urgentes, para hacer los chequeos médicos, para responder a los mensajes “en espera”, para aprovechar las ofertas en el mercado, para arreglar la pantalla del salón de estar, para leer el libro que todos recomiendan?
En nuestra mente, o en la computadora, recogemos la lista de tareas pendientes, para acometerlas con orden y disciplina.
Cada vez que terminamos un asunto, sentimos cierto alivio: esa tarea ya está acabada o, al menos, ha quedado encauzada para su feliz cumplimiento.
Pero el cúmulo de tareas no cesa. En ocasiones, parece una marea enloquecida, que no nos deja tranquilos, que tensa nuestro corazón ante el miedo de hacer mal algunos asuntos y de no realizar a tiempo otros.
La situación empeora cuando, ante la tensión de cientos de tareas pendientes, buscamos un pequeño “descanso” con una película, un giro por Internet, o cualquier otro pasatiempo. Si ese “descanso” se hace largo, la sensación de haber perdido unos minutos preciosos agudiza la sensación de angustia ante tantos asuntos…
Ante la marea de tareas pendientes, resulta fundamental mantener un buen control de nuestros estados anímicos y una hábil organización del tiempo, de forma que busquemos los momentos adecuados para acometer eficazmente los diversos asuntos.
Por eso, cuando, gracias a un buen plan y una firme voluntad, terminamos una tras otra las diversas tareas que están ante nosotros, experimentamos esa satisfacción de quien ha alcanzado una meta y puede, así, poner en marcha procesos que, según esperamos, permitirán una vida mejor para nosotros y para nuestros seres queridos.