Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Las palabras se nos caen de la boca ante la barbarie que horroriza y nos deja mudos de horror. Si los campos de exterminio nazi han sido una lección de perversidad de una ideología autócrata, dictatorial y cruel, no es menos, lo que acontece en nuestro amado suelo patrio.

Innumerables jóvenes sometidos a torturas depravadas, destrozados y calcinados a placer en el paroxismo del culto a la maldita muerte, -que no santa.

Hacemos nuestras las palabras del Obispo Auxiliar de México, Mons. Francisco Javier Acero, pronunciadas el sábado 15 de marzo en la Catedral Metropolitana: ‘Lo que ha ocurrido en Teuchitlán es una prueba de nuestra indiferencia social provocada por el miedo de cuidar al hermano que se encuentra solo y desamparado…No podemos permitir campos de exterminio en ningún lugar del mundo porque son fruto de negligencias y complicidades sociales…Hoy el Señor nos invita a mancharnos las manos para ser artesano de la paz, a mirarnos con la misma ternura y misericordia de Dios y ayudar  las familias que viven estas guerras de desaparición y tortura en todo el país…”

Parece que los órganos de los diversos niveles de gobierno han sido rebasados por las organizaciones criminales y por el posible y escandaloso contubernio.

El negacionismo como fondo ideológico, no acalla el dolor de tantas madres y familias heridas por la perdida de sus seres entrañables y queridos.

Hemos de cambiar de rumbo; hemos de convertirnos (cf Lc 13, 1-9). No bastan las justificaciones superficiales de supuesto castigo divino por los pecados de los caídos en la represión romana (cf Lc 13, 1) o de la tragedia de los muertos al derrumbarse la torre de Siloé (cf Lc 13, 4); hemos de recorrer el camino de la conversión sincera del corazón que afecte a toda nuestra existencia.

Cómo hemos de orar, cómo hemos de actuar, qué frutos debemos dar en el hoy de nuestra vida ante nuestro contexto de muerte, de exterminio, de desapariciones y de tanto horror y dolor.

Podemos ser la personificación de la higuera estéril (cf Lc 13, 6-9); Dios nos tiene paciencia, pero tendrá su límite.

Corremos el riesgo de esterilidad espiritual con una vida supuestamente cristiana en el confort burgués de un comportamiento a espaldas del discipulado de Jesús sufriente, sin mayores aspiraciones que irla pasando y sin complicarse ; en una palabra, negar en nosotros la entrega generosa.

Nuestro cambio de rumbo o conversión a Dios implica la compasión, la defensa del pobre y el doliente, el amor de total entrega sin otro interés que el haber cumplido la voluntad de Dios Amor misericordioso

Si permanecemos en Cristo Jesús, hemos de dar fruto ahora, sin nostalgias del pasado e incertidumbres del futuro.

El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, nos habrá de guiar.

No es suficiente la crítica para tranquilizar nuestras conciencias.

Nuestro cambio de rumbo exige valentía que surge del don de fortaleza del Espíritu Santo.

Jesús nos alerta: si no nos convertimos, si no cambiamos de rumbo según su estilo, nos dice, “y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.

Termino con estas palabras del Papa San Juan Pablo II: “La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid al Espíritu Santo’. Así pues, en este convencer en lo referente al pecado descubrimos una ‘doble dádiva’: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención”. (Dominum et vivificantem, 31).

 
Cambio de rumbo


 

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