Por Martha Morales

El siglo XX inauguró la era de la vastedad: todos podemos tenerlo todo, y hoy vemos que hace falta promover una cultura en contra de los excesos.

¿Estamos gobernando la globalización o la globalización nos está gobernando a nosotros? La gran crisis hoy no es ecológica, es moral. Ningún bien vale como la vida, pero si se me va trabajando y trabajando para consumir, puedo perder de vista la necesidad de tener tiempo para las relaciones humanas, para la amistad, para el amor para atender a nuestros seres queridos. El hiper consumo hace cosas que duren poco para que se venda mucho. Se pueden hacer lámparas o focos que duren más de cien años, pero no son rentables para los comerciantes. No podemos ser gobernados por el mercado, tenemos que gobernar el mercado. Los viejos pensadores decían: Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita mucho.

La crisis del agua y de la agresión al medio ambiente tiene como causa el modelo de civilización que tenemos. Tenemos recursos naturales, pero los estamos dilapidando o vendiendo a extranjeros.

El materialismo de antes se llevaba a cabo mediante el acaparamiento y, entonces; pero en este momento el deseo respecto de las cosas no es tanto poseerlas, sino consumirlas.

Antes del siglo XX, la vida buena era la vida tranquila. Después de 1960 la vida buena es la que cuenta con crecimiento constante de bienes y servicios. Se empieza a valorar mucho lo exterior: el folleto, la envoltura, la publicidad. La vida de muchos se resume en: Trabaja, compra, consume y muere.

Juan Pablo II vio que el consumismo es un modo de vivir que consiste en que la persona invierte su vida completamente en el afán de tener. El hombre consumista está impulsado por el deseo de tener y el afán de gozar; quiere adquirir en exceso toda clase de bienes materiales, se guía por el instinto, no por la dimensión personal consciente y libre.

Hay hábitos de consumo ilícitos y dañinos a la salud, como la droga, el juego, el alcohol y la pornografía. Juan Pablo II compara el consumismo a una nueva esclavitud en la que las personas viven atrapadas por las cosas. Observa que es una “nueva idolatría” que cancela a Dios del horizonte de la vida. El consumista pone el eje de su vida en “tener”, y así, entra en una carrera desenfrenada hacia la riqueza. El consumismo es un moderno paganismo, en el que el deseo de tener y gozar es la razón de vivir.

La civilización consumista origina una sociedad con formidables desigualdades entre los hombres y entre las naciones, alejadas de las exigencias de la moral, la justicia y la solidaridad.

Raíces internas: avaricia. La persona avara ama y goza los bienes inmoderadamente; el corazón se le desordena y se le llena de vanagloria. El vano quiere tener más y mejores bienes para presumir y causar admiración.

Raíces externas: publicidad, secularismo y hedonismo. La publicidad muchas veces privilegia la persuasión sobre la verdad. Lo importante, en la publicidad, es convencer al público de la bondad de algo, aunque no sea verdad.

Consecuencias en la persona: Se prepara el ambiente para la indiferencia en la práctica religiosa, o incluso se fomenta la hostilidad frente a la religión. Esto constituye un muro infranqueable que provoca angustia, inquietud profunda y búsqueda de nuevas sensaciones.

El consumismo puede llegar a ocupar el espacio que antes ocupaba la religión. Antes, los ataques contra la fe venían del exterior, la fe era parte de la propia identidad. Ahora los ataques a la fe vienen desde dentro del hombre, porque la posesión de bienes terrenos conduce al ser humano al descuido de lo trascendente. Hay entonces una ruptura entre la fe y la vida cotidiana. Algunos acaban manipulando la religión y viéndola como una especie de mercado donde escogen lo que más les agrade. La inquietud que se vive se manifiesta en tristeza y hastío, que hace perder toda esperanza.

Otra consecuencia del consumismo exagerado es buscar nuevas y extremas sensaciones. El hombre consumista considera el sexo como objeto de consumo y cae fácilmente en  el alcoholismo y la drogadicción, también suele actuar con violencia.

Ante la avalancha de medios audiovisuales, cine, televisión, Internet…, la inteligencia permanece pasiva y el intelecto no busca la verdad. Con frecuencia esos medios idiotizan o narcotizan. Genera personas irresponsables e inmaduras y lleva a la cultura de la muerte. Entonces se piensa que los hijos son un  peligro del que hay que defenderse.

El consumista es egoísta, inmaduro e inconstante, huye de la disciplina, ve a las otras personas como medios, no como fines, y sólo se esfuerza por interés propio. En suma, tiende a la decadencia. La conducta de muchos, en la actualidad, es la de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.

Remedios personales y sociales al consumismo.

Formarse un criterio adecuado para consumir, tener una jerarquía de valores que distinga lo necesario de lo superfluo. Los verdaderos bienes son lo que abren horizontes y favorecen el crecimiento personal. No acabamos de entender que fuera de Dios sólo hay destrucción y muerte, y le echamos la culpa a Dios, cuando nosotros hemos echado a puntapiés a Dios.

Hay que favorecer un estilo de vida sobrio. La sencillez supone desprendimiento de lo que se posee, compartir lo que se tiene. La sobriedad y la moderación consiguen un corazón libre para ayudar a otros. El ayuno y la renuncia, distanciarse de cosas que sirven al hombre para satisfaces la sensualidad es aliento para la personalidad. Esto favorece la libertad interior, facilita una justa relación con Dios.

Se necesitan auténticos maestros que propongan ideales altos y den ejemplo de ellos con sus vidas. Los auténticos maestros son capaces de reflejar verdad y amor, así los alumnos los admirarán e imitarán. Para Julio Cortázar, ser maestro suponía transmitir eficazmente toda la civilización y cultura. También escribió: “En el fondo de todo verdadero maestro existe un santo, y los santos son aquellos hombres que van dejando todo lo perecedero a lo largo del camino, y mantienen la mirada fija en un horizonte que conquistar con el trabajo, con el sacrificio o con la muerte”.

Una vida sin cultura es una vida superficial. La cultura pide también formar la conciencia. La juventud necesita el contrapeso de la religión para poder alejarse de los males. Los jóvenes necesitan saber refutar los falsos valores de la sociedad.

Imagen de JamesDeMers en Pixabay

 

 


 

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