Por P. Fernando Pascual

Hay novedades en el mundo de la ropa, del calzado, de los coches, de las computadores, de los teléfonos móviles, de la música, de la literatura.

Ante algunas novedades, surge la pregunta: ¿me sirve? ¿En qué me puede beneficiar? ¿Vale la pena?

Existe el peligro de buscar lo nuevo por lo nuevo, como si tuviéramos que estar al día en una carrera de cambios continuos.

En realidad, muchas veces podemos conservar por más tiempo esos zapatos, ese abrigo, esa computadora, sin tener que pasar al “último modelo”.

Otras veces, se hace casi imposible no recurrir a lo nuevo, sobre todo en un mundo tecnológico que exige adaptarse a lo que piden programas cada vez más complejos.

Entre tantas novedades, hay aspectos que no cambian: tenemos que comer, dormir, vestirnos, hablar en familia y con los amigos.

Las novedades pueden cambiar modos de vivir “lo de siempre”. Muchos hablaban con los amigos en un restaurante, y ahora se “ven” en un chat de grupo…

Al mismo tiempo, las novedades desarrollan aspectos humanos que, en el fondo, no han cambiado, por ejemplo, el deseo de un mejor acceso a más libros gracias a modernos instrumentos tecnológicos.

Llega a mi pantalla el anuncio de un nuevo programa electrónico. ¿Qué haré? ¿En qué medida ese programa cambiará mis modos de pensar y de vivir?

Vale la pena recordar, ante las novedades, aquello que nunca cambia y que da sentido a toda existencia humana: la llamada a abrirnos al amor de Dios y del prójimo, en el horizonte de una vida eterna que nos espera como “novedad” maravillosa y plenificante…

Imagen de Pexels en Pixabay


 

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