Por Rebeca Reynaud
Con un título semejante, la doctora Ana Tere López de Llergo habla de cómo el Espíritu Santo actúa en nuestra alma si encuentra las disposiciones pertinentes. Puede haber una reciprocidad de inquilinos, en la Tierra el ser humano aloja a Dios, en el Cielo, la casa del Padre, Dios aloja al hombre. Para lograrlo, hay que dedicar todos los días un rato a conversar con nuestro Padre Dios, pedir su ayuda y darle gracias por los bienes recibidos. Luego, hay que estar dispuestos a seguir lo que Él pide.
Para recibir mejor la acción del Espíritu Santo hay que preparar el terreno del alma: quitar piedras, emparejar y abonar. Para lograrlo se requiere el esfuerzo por ser modestos buscará no ser protagonistas y evitar imponer los propios criterios. Hay un mundo mil veces superior a este en el que vivimos, un mundo para el que fuimos creados.
Preparamos el terreno cuando fomentamos la castidad, la benignidad (dar buenos consejos y luchar contra la comodidad excesiva) y la bondad (fijarse en los aspectos positivos de los demás). La mansedumbre destierra las reacciones de enojo o violencia. La fidelidad se apoya en la lealtad, que consiste en defender y respetar a las personas y a las instituciones con quienes estamos vinculados.
Respecto a la manera de trabajar y de afrontar problemas hemos de cultivar el optimismo y la confianza en el Señor, y Dios pondrá el incremento. La caridad es la meta, es la reina de los frutos del Espíritu Santo. Dios, en su vida íntima, es amor.
Muchas veces desconocemos el mundo sobrenatural que llevamos dentro, se nos olvida que estamos hechos de barro y del soplo divino. Dios ha depositado muchas riquezas en nuestro corazón, y más si hemos recibido el Bautismo. Llevamos un mundo más excelente y bello que el mundo exterior. Cada alma desarrolla en distinto grado las virtudes y los Dones del Espíritu Santo. Las virtudes y los Dones son preciosas semillas que necesitan cultivarse. Dios las ha puesto en germen y está ansioso porque le pidamos su ayuda.
¿Cómo se desarrollan los Dones del Espíritu Santo en nosotros?
Luis María Martínez afirma que se requieren tres cosas: la primera es acrecentar en nuestros corazones la caridad porque la raíz de los Dones es la caridad. El que ama, ve y escucha lo que otros no ven ni escuchan. El segundo medio es desarrollar las virtudes infusas recibidas en el Bautismo; a medida que crecen, se le prepara el terreno al Espíritu Santo para que trabaje en nuestra alma; para que nos hable, nos inspire y nos mueva. La tercera cosa que hemos de hacer es ser dóciles a las mociones del Espíritu Santo.
Cuanto mejor recibamos las inspiraciones divinas, más se irán perfeccionando en nosotros los “receptores misteriosos” que son los Dones del Espíritu Santo. Estas mociones imprimen en nuestros actos un modo divino de actuar (cfr. Luis M. Martínez, El Espíritu Santo y sus Dones, Ed. La Cruz, pp. 19-23).
El nombre y el número de estos Dones los encontramos en un pasaje del profeta Isaías: “Brotará una vara de la raíz de Jessé, una flor nacerá de esta raíz, y descansará en ella el Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento, El Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Ciencia y de Piedad, y la llenará el Espíritu del Temor del Señor”. Lo que Isaías llama “espíritus”, en teología se llaman Dones.
En el entendimiento el Espíritu Santo ha puesto cuatro Dones; sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo, que corresponden a distintos hábitos intelectuales. Para la voluntad está el Don de piedad, para arreglar y disponer nuestras relaciones con los demás. Para dominar la parte inferior de nuestro ser están la fortaleza y el temor de Dios, para moderar los ímpetus desordenados.
En nuestra voluntad tenemos dos virtudes altísimas: la esperanza y la caridad, que pueden tener función de virtud y función de Don, asegura Luis M. Martínez. A cada uno se nos podría decir: “¡Ah! ¡Si conocieras el don de Dios, si supieras lo que llevas dentro!…”. Al menos hay que presentir este mundo divino.
Para el que ama hay un temor que está por encima de todos los temores, la separación del amado, y este temor dirigido por el Espíritu Santo es el Don del Temor. Es un temor nobilísimo. Este Don conecta con la humildad, porque ella nos hace conocer nuestro verdadero valor e impide las rebeliones contra Dios.
Como es natural, en los dones se dan grados como se dan también en las virtudes. Los que poseen en perfección el Don de sabiduría son los pacíficos y ellos son los hijos de Dios, tienen la imagen más perfecta del Hijo de Dios. Este Don nos hace conocer los tesoros del dolor llevado por amor al Señor. A la luz de este Don ¡es tan bella la Cruz! Tiene algo de divino, algo de Jesús.
San Bernardo decía: “Cuando escribes tu relato no tiene para mí ningún sabor, si no está allí el nombre de Jesús. Una conferencia o una conversación no me agrada, si no escuchan mis oídos el nombre de Jesús. Jesús es miel a los labios, melodía a los oídos, júbilo al corazón” (Homilía 15, in sant).