Reflexión homilética del Segundo domingo de Pascua 27 de abril de 2025
Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista
Quizá nos extraña que en la Octava misma de Pascua se hable de la misericordia de Dios; incluso que se haya convertido en el Domingo de la Divina Misericordia.
Debemos tener la certeza de que del sacrificio profundo del hombre-Dios, Jesucristo, ha brotado la alegría auténtica de la misericordia.
Eso recordamos hoy. Los clavos, las espinas, la cruz han producido la salvación y la alegría más grande para toda la humanidad.
Hechos de los apóstoles
Es muy importante recordar que la promesa de Jesús se cumplió en la vida de los apóstoles, que hicieron milagros incluso más grandes que los que hizo Él.
Interesante leer: «La gente sacaba los enfermos a la calle y los ponían en catres y camillas para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos cayera sobre alguno».
No es de extrañar que en poco tiempo se multiplicaran los discípulos de Jesús.
Salmo 117
El salmista resalta la misericordia de Dios:
«Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia».
Al contacto con Jesús descubrimos misericordia para todos y siempre.
Todo el que busca a Dios lo encuentra y goza de su misericordia, con tal de que lo busque con sinceridad y arrepentimiento.
Apocalipsis
El último de los libros de la Biblia recoge hoy estas palabras del apóstol san Juan:
«Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos…
Un domingo caí en éxtasis y oí a mi espalda una voz potente que decía: “lo que veas escríbelo en un libro y envíaselo a las siete iglesias de Asia”».
Juan nos cuenta su visión de los siete candelabros de oro y en medio de ellos una figura humana, «vestida de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho».
Después de un momento difícil, cuenta:
«Él puso la mano derecha sobre mí y dijo:
“No temas, yo soy el primero y el último. Yo soy el que viene.
Estaba muerto y ya ves que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo».
Verso aleluyático
Son las palabras llenas de misericordia que Jesús dijo a Tomás:
«¿Porque me has visto, Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Evangelio
Nos cuenta cómo Jesús se apareció a los apóstoles reunidos en el cenáculo y cuando se lo contaron a Tomás: «Hemos visto al Señor», él contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos. Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
Así se hizo de valiente el apóstol.
A los ocho días Jesús llegó a llamar directamente a Tomás y le dijo:
«Trae tus dedos, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente».
Tomas, humillado reconoce y hace el gran acto de fe:
«¡Señor mío y Dios mío!».
En aquel momento Jesús alabó la fe de los que creemos en Él, aunque nunca lo hemos visto, diciendo:
«¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Jesús nos ofrece a todos su Divina Misericordia porque creemos en Él, aunque no lo hemos visto.
De esta manera nos asegura Jesús que, aún a la distancia, nosotros lo encontraremos siempre en la Eucaristía y además se hará presente en los pobres, en los más humildes y necesitados.