El último abrazo al Papa del fin del mundo.
Por Andrea Tornielli – Vatican News
Igual que le ocurrió el 8 de abril de hace veinte años a Karol Wojtyła, el Papa santo que murió en la víspera del domingo de la Divina Misericordia, le ocurrió a Jorge Mario Bergoglio, el Papa que recibió su último adiós en la víspera del mismo domingo: un ataúd de madera en el atrio de la plaza del corazón del mundo y el viento pasando lentamente las páginas del Evangelio.
La del Papa Francisco, en un sábado soleado, fue una despedida emotiva, intensa, participativa, donde prevaleció la oración y la unidad. El pueblo de Dios que lo había abrazado el Domingo de Pascua sin saber que sería la última vez, hoy lo acompañó con afecto en el tramo final de su viaje terrenal. Y en torno a él se apiñaban los poderosos de la tierra, pero también muchos jóvenes, que habían programado el viaje para el Jubileo de los adolescentes. Otros tantos representantes de otras confesiones cristianas y de distintas religiones se reunieron a su alrededor. Todos unidos para despedir a un Pastor fiel al Evangelio, que se consumió predicando la fraternidad e incluso desde su lecho de hospital gritó su no a la guerra.
Hubo dos pasajes especialmente aplaudidos en la homilía del cardenal Giovanni Battista Re. El primero fue aquel en el que recordó que el hilo conductor de la misión del Papa Francisco es «la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa con las puertas siempre abiertas». «Todos, todos», había repetido el Obispo de Roma durante la pasada Jornada Mundial de la Juventud, para explicar cómo nada ni nadie puede separarnos del amor de un Dios que nos espera siempre con los brazos abiertos de par en par para acogernos, sea cual sea nuestra condición. Una casa de puertas abiertas es la Iglesia que Francisco trató de construir, privilegiando a los últimos, a los pobres, a los humildes, a los pecadores. Esos últimos que le dieron la bienvenida en el umbral de la basílica de Santa Maria Maggiore ante la última mirada de Maria Salus Populi Romani.
Pero los fieles también, y sobre todo, aplaudieron el pasaje en el que Re recordó la incesante petición de paz y la invitación a la razón y a la “negociación honesta para encontrar posibles soluciones, porque la guerra -dijo- sólo es muerte de personas, destrucción de hogares, destrucción de hospitales y escuelas. La guerra siempre deja -según su expresión- al mundo peor de lo que estaba antes: siempre es una derrota dolorosa y trágica para todos».
Antes de que comenzara el ritual, los presidentes estadounidense y ucraniano se reunieron durante unos minutos. Esperemos y recemos para que de estos intercambios pueda salir algo positivo, la última conversación de paz propiciada por el Sucesor de Pedro que primero quiso llamarse como el santo de Asís, el santo de la paz.