Por Jaime Septién

Probablemente cuando usted tenga en sus manos este ejemplar de El Observador ya conozca el nombre del Papa número 267. Como sucede siempre, pero más en los tiempos de la comunicación global e inmediata, habrá muchos regocijados y muchos entristecidos. Incluso habrá quienes vean una puerta abierta para dejar la Iglesia católica: que les vaya muy bien. No eran necesarios, como tampoco era necesario el Papa de su preferencia.

Nos ha costado mucho entender cuál es la responsabilidad del siervo de los siervos de Dios, es decir, del Papa. Lo tenemos como un hombre poderoso, capaz de derribar muros y abrir cárceles. Sin duda, su palabra, su pensamiento, su magisterio, repercute en el mundo, pero de forma diferente a cómo repercutirá si fuese un rey, un presidente, un primer ministro. Nada de eso lo es. Su labor consiste en confirmarnos en la fe y mostrar, a creyentes y no creyentes, la sublime belleza del Evangelio. Es el vicario de Cristo, no un funcionario elegido por el voto popular. Encabeza un reino que no es un reino, sino un camino hacia el Reino.

Ha habido 266 pontífices antes que él. Para hacer una comparación con el poderoso vecino del norte, en Estados Unidos apenas llevan 47 presidentes, y varios han repetido. Lo que quiero decir es que el nuevo Papa es un paso del recorrido por la Iglesia en dos milenios. Y no será el último, por más que los adivinos sigan embaucando a ilusos con profecías de Nostradamus y anexas. ¿Será más grande o pequeña la catolicidad? A Jesús no le espantan los números, le espanta la infidelidad. Y esa será nuestra respuesta.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de mayo de 2025 No. 1557

Imagen de Mauricio A. en Pixabay


 

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