Por Rebeca Reynaud

El Verbo se encarna en el seno de María bajo la acción del Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu es devuelto al Padre, por el Hijo, en la Cruz: Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu (Lucas 23, 46).

El Espíritu continúa asistiendo a los cristianos para que sean signo que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios (cfr. Isaías XI,12). La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y esa paz que Dios nos depara.

No puede haber fe en el Espíritu Santo si no hay fe en Cristo, en su doctrina. El círculo trinitario es consumado en la muerte de Cristo en la Cruz. Luego promete enviar al Espíritu, que les dará fuerza para ser testigos de Jesús (Hechos, 1,8).

Hay que trabajar en nuestro corazón y sanar cada herida que podamos tener, para ser más aptos para alumbrar la oscuridad del mundo. Un corazón limpio, puro y sano, dispuesto a ser transformado por el Espíritu de Dios es lo que estos tiempos requieren.

El día de Pentecostés es el cumplimiento de la promesa del Padre, dada a los profetas Joel, Ezequiel y Juan el Bautista.

La Iglesia de Oriente concibe al Espíritu Santo como el “éxtasis de Dios”. Cuando sale de sí, obra el Espíritu. Es una gracia y es, por otro lado, quien da la valentía de ser testigo de Jesús.

A San Lucas le llaman “el Evangelio del Espíritu Santo” porque habla 56 veces de Él. La apostasía es un rechazo al Espíritu. Si hay confusión y caos en la Iglesia es porque no se acepta que guíe. El Espíritu Santo no impone, susurra.

Justo Lofeudo explica: Cristo tiene la plenitud del Espíritu y, por su Muerte y Resurrección, la Iglesia ha recibido esta presencia divina y da el Espíritu en los sacramentos. Si se rechaza la misión se rechaza al Espíritu. La Iglesia es misionera. Cuando no hay misión, se sofoca al Espíritu. Hay un obispo en la Amazonía que se jacta de que nunca en su vida ha bautizado, en cincuenta años, ni lo hará. Allí hay un rechazo del Espíritu Santo. Ese hecho es tremendo. Jesús pidió proclamar el Evangelio y bautizar; eso es apostasía.

La Iglesia es misionera y lo mismo la vida de cada creyente. Y no hay que reprimirlo. El falso humanismo pone al hombre en el centro de su vida y desaloja a Dios.

“¡Ven Espíritu para que tu luz se ponga de manifiesto!”. La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra. Al Espíritu se le llama Paráclito, consolador. Uno de los sentidos de la palabra Paráclito significa “el que está al lado”, y el que es llamado junto a uno es “el que defiende”, “el abogado”, es aquel “que sopla a los actores lo que tienen que decir” (el apuntador), “el Soplador”. Es el que trabaja para Cristo y sopla las palabras de Cristo. El Espíritu guía para saber qué hacer y para cooperar a la salvación del mundo, indica encontrar el camino para la dicha propia y de los otros.

El terreno en que se siembra la Palabra es nuestro corazón. Por el Espíritu Jesús nos conduce al Padre. Jesús habla en silencio, sin palabras. La semilla es la Palabra de Dios. Esos granos no florecerán en forma instantánea. Darán fruto según la naturaleza de la tierra que los recibe.

El celular de nuestros corazones está casi siempre ocupado. Nos llenamos los oídos para no escuchar. Nos aturdimos, huimos de nosotros mismos y de Dios. Jesús se iba a lugares desiertos para orar, para escuchar a Dios, para amar. El que no escucha no sabrá amar.

En la vigilia de su Pasión Jesús les dice a sus discípulos: “Velad y orad para no caer en tentación”. Hay que vigilar para conocer los signos de los tiempos, los buenos y los malos. Su camino al Gólgota no es sino oración y sacrificio para la salvación del mundo.

San Josemaría aconsejaba: “Frecuenta el trato del Espíritu Santo -el Gran Desconocido- que es quien te ha de santificar. No olvides que eres templo de Dios. – El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente a sus inspiraciones” (Camino, 57).

 

 


 

Por favor, síguenos y comparte: