Por Rebeca Reynaud
La corrección fraterna es una tradición cristiana que se basa en el amor y en el deseo de ayudar al prójimo a crecer en su vida cristiana. Implica hablar con un hermano de un error que haya cometido con el fin de ayudarlo.
Hacer corrección fraterna, como aconseja Jesucristo, cuesta mucho trabajo, pero hay que intentarlo, porque finalmente es lo que está más en consonancia con la psicología humana. “Si tu hermano peca, corrígelo a solas” (Mateo 18,15). Dios nos conoce más que nosotros mismos, entonces hacerla va a ser lo mejor, pero se han de tomar en consideración algunas experiencias.
Andrés Cárdenas comenta: La amistad y la amabilidad son el terreno fértil de la corrección fraterna; Dios actúa en nuestras relaciones para sacar lo mejor de cada uno.
Todos nacemos dependientes de los demás. No hemos decidido venir al mundo por decisión propia, no podemos subsistir solos. En la lectura del comedor del Curso de retiro nos leían como en Suecia la gente es muy independiente. Dice San Juan de la Cruz que quien se aísla “es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo” (Avisos y sentencias 7,11).
La conversión permanente que supone la vida cristiana lleva a conseguir, con la gracia, la mejor versión de nosotros mismos. Los santos no han sido llamados a despersonalizarse, sino a llenar sus propias características, personales y únicas, con el amor de Cristo.
Ante la corrección fraterna Dios nos pide docilidad. Si me han dicho que no grite o no eleve la voz, no justificarlo, luchar. Si me han dicho que trabaje más, verlo como un mensaje del cielo. Si me han dicho que sonría y que no ponga cara de vinagre, hemos de recibirlo como una lucha querida por el Señor. Todos hemos de luchar en caridad y esos detalles pequeños van en la línea de lo más importante: de la fraternidad.
Dios quiere divinizar nuestra vida a través del trabajo ordinario y de la vida en relación. En una familia unida -o en una comunidad- lo normal es que el padre o la madre corrijan a sus hijos. Nosotros hemos de tener ese corazón de padre que quiere mejores a los demás. Siempre es necesaria un alma que ame y que corrija. ¿Qué puedo corregir? Los malos hábitos, las faltas de tono humano en el comer o en el vestir. La corrección fraterna nos hace ver que la debilidad es compatible con el deseo de santidad.
Ser amable no es un estilo que un cristiano pueda elegir o rechazar. Sin sentido de pertenencia no se puede sostener una entrega por los demás (cfr. Amoris laetitiae, 99-100). Dios nos lo pide en nuestra oración, y lo escucharemos si afinamos el oído: “Sé amable con todos”.
El psiquiatra Aquilino Polaino dice que lo que más falla en los matrimonios es la comunicación. También a nosotros nos puede fallar.
Diego Zalbidea anota: Cuando nos hacen corrección fraterna no nos están atacando, nos tratan de ayudar, pero quien lo percibe como un ataque, luego trata de dar el contragolpe. Compartir el afán de santidad va de la mano de compartir otras cosas: penas, alegrías, anhelos, preocupaciones.
La corrección fraterna es un fruto de la cercanía con la otra persona y supone mirarla con la amplitud con la que lo hace Dios. Jesús nos ayuda viniendo a nuestro encuentro, no nos ve desde lo alto, nos busca con su encarnación y con su invento divino de la Eucaristía. Decía nuestro fundador que la corrección fraterna “es parte de la mirada de Dios, de su providencia amorosa. Quien hace la corrección fraterna no juzga” (Mons. Javier Echevarría, Memorias del Beato Josemaría Escrivá, Rialp, p. 127).
Querer a la gente es esencial, aceptarla con sus defectos. En el corazón se forjan las buenas y las malas acciones en su conjunto (cfr. Mateo 15,19).
Para entrar en el corazón de los demás es necesaria la empatía. No cabe cumplir ese servicio desde fuera, ni desde lejos. El corazón es un lugar sagrado, podemos entrar en él delicadamente, sin invadir esa intimidad.
Una corrección fraterna nos ayuda a descubrir los dones que Dios quiere regalarnos en las mil y una batallas diarias. Puede ayudarnos estas palabras de San Juan Crisóstomo: “No dice el Señor: acusad, reñid, pedid venganza, sino corregid” (Homilías sobre San Mateo, 60,1).
Quien hace favores de hermanos y conoce a los demás con profundidad, puede entablar con los demás una relación de mutua y verdadera amistad. La corrección fraterna es un fruto natural de este terreno cultivado con paciencia. Es indispensable conocer bien a quien se va a corregir, conocerlo implica quererlo. Para unos, las palabras, hasta las más suaves, se oyen como reproche.
San Josemaría decía: “Convéncete, cuando haces la corrección fraterna estás ayudando, con Cristo, a llevar la Cruz a tu hermano; una ayuda enteramente sobrenatural, pues la corrección fraterna va precedida, acompañada y seguida de tu oración” (Javier Echevarría, Memorias del Beato Josemaría Escrivá, Rialp, p. 128).
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Ideas extraídas de “Los demás son nuestros I y II. La corrección fraterna”. Diego Zalbidea y Andrés Cárdenas. En página web opusdei.org
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