Por P. Alejandro Cortés González-Báez

El Cardenal Sarah en su libro “Para la eternidad” con palabras fuertes dice: La Iglesia, toda la Iglesia, la única Iglesia, la de hoy, la de ayer y la de mañana, es sacramento de Jesucristo. Y no es otra cosa. No obstante, a ojos de muchos de nuestros contemporáneos e incluso de algunos de sus propios hijos, la Iglesia es una estructura puramente humana al servicio de la sociedad. Ya no se sabe ver en ella más que sus méritos humanos: solo es digna de estima cuando emplea sus medios para algún fin temporal, como el alivio de la pobreza o la acogida de los migrantes. Se la aprecia por su compromiso a favor de la ecología, por su lucha política a favor de la paz, de la justicia y de la fraternidad entre los pueblos.

Si la Iglesia no fuese lo que pretende ser, si no viviese esencialmente de la fe en Jesucristo nos sentiríamos decepcionados… Porque todas sus buenas acciones humanas y todas sus maravillas, toda la riqueza de su historia y todas sus promesas de futuro no podrían compensar el vacío horroroso que habría en su interior. Todo esto no sería más que la envoltura brillante de una impostura, y la esperanza que ha puesto en nuestros corazones sería un engaño.

Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia sería miserable, si el Espíritu de Jesús no florece en ella, sería estéril. Su edificio estaría ruinoso, si Jesucristo no es el Arquitecto, no sería el cemento de las piedras vivas con las que se construye. La Iglesia tiene como única misión hacer a Jesucristo presente entre los hombres. Ella debe anunciarlo, mostrarlo, darlo a todos. Lo demás solo es añadidura.

Pero lo que es en sí misma tiene que serlo también en sus miembros. Lo que ella es para nosotros es preciso que lo sea también en nosotros. Es preciso que Jesucristo siga siendo anunciado por nosotros, que sigamos transparentándolo.

Por su parte, el Papa Pablo VI en su mensaje al pueblo mexicano del 18 de octubre de 1970, nos dice: Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado; no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga estando marginada a las ventajas de la civilización y del progreso.

Por ese motivo… os exhortamos a dar a vuestra vida cristiana un marcado sentido social que os haga estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Ved en cada hombre un hermano, y en cada hermano, a Cristo, de manera que el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda: el corazón del hombre.

www.padrealejandro.org

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de enero de 2023 No. 1434

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