Por P. Fernando Pascual

La muerte del Papa produce siempre una profunda impresión en los bautizados y en tantas personas de buena voluntad. Surge en los corazones algo de misterioso y de íntimo al contemplar el féretro de quien ha sido Sucesor de Pedro.

En 1922 un joven sacerdote, Giovanni Battista Montini (luego llegó a ser el Papa Pablo VI) pasaba ante la tumba de Benedicto XV. Su testimonio, en parte, sirve para reflejar lo que algunos experimentan ante los restos de cada Papa fallecido.

“Se tiene la impresión inconsciente de estar delante de una muerte simbólica, pues el más grande enigma humano, la muerte, viene a cubrir finalmente también al Pedro que se declara vencedor de la muerte y dueño y testimonio del más allá. Toda la multitud que pasa y contempla y no se sacia y parece querer espiar a través de los párpados cerrados algún rayo escondido del alba eterna: mira y piensa a lo lejos; ni siquiera reza, porque cree que la oración haya terminado en un triunfo. Pasa y ya no habla, casi como para no despertar al que duerme. Pedro, ¿por qué duermes?”

El Sucesor del Pescador de Galilea ha llegado a la casa del Padre. Una marea humana lo ha despedido, sea entrando en la Basílica de San Pedro los días en que estuvo expuesto el cuerpo del Papa Francisco, sea en el funeral que tuvo lugar la mañana del 26 de abril de 2025, sea al visitar su tumba en la Basílica de Santa María la Mayor.

El Padre, desde el cielo, observaba a esa marea humana que quiso rendir homenaje a quien, como obispo de Roma venido de lejos, fue Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.

Millones de católicos se sintieron especialmente unidos tras la muerte del Papa, cuando llegó su hora de presentarse ante el Padre. Esos católicos, tan distintos y, a la vez, tan cercanos en la fe, experimentan la esperanza que llena de alegría el momento del dolor, de la partida de alguien muy amado.

Esa esperanza quedó plasmada en el testamento que Francisco había redactado, en 2022, desde su fe en Dios y su tierno amor a la Virgen María: “Sintiendo que se acerca el ocaso de mi vida terrenal y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad testamentaria únicamente en lo que se refiere al lugar de mi sepultura.

Siempre he confiado mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor”.

Estos días la Iglesia reflexiona, serenamente, en el misterio de la muerte y en la vocación profunda de cada ser humano. Al mismo tiempo, recuerda el legado de quien, con el sencillo nombre de Francisco, buscó servir a los hermanos, y proclamó, una y otra vez, como cada Papa, que Cristo es, para todos, el Redentor del hombre, el Señor de la vida y de la historia.

 

 


 

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