Por Mario de Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro

  1. Los hechos. Días antes del cónclave se leyó en la liturgia el relato evangélico de la aparición del Resucitado a un grupo de discípulos, a orillas del mar de Tiberíades, tomado del capítulo 21 de san Juan. Los señores cardenales lo conocen y fue para ellos fuente de inspiración, bajo la guía del Espíritu Santo. El resultado de la elección del Sucesor de Pedro así lo comprueba, pues el despiste terrenal y fallido del que hicieron ostentación los apostadores, especuladores y los llamados peritos en asuntos religiosos —con reconocida gratitud a quienes mostraron seriedad y empeño en su tarea—, quedó del todo manifiesto. Si aplicamos este criterio a lo que sin recato suelen decir, juzgar y sentenciar sobre la Iglesia, tenemos que aumentar nuestras medidas precautorias y, sobre todo, nuestra cultura católica, para normar nuestros criterios sobre asuntos de iglesia y de fe. Si los católicos no aprendemos a ser críticos de nuestros críticos terminamos siendo sus cómplices.
  2. El Evangelio. Un grupo de discípulos aceptaron la invitación de Simón Pedro de ir a pescar y, después de fatigar toda la noche, nada pescaron. Un visitante en la playa les indica dónde dirigir la red y el éxito fue rotundo. Uno de los discípulos reconoce al Señor y Pedro se echa al mar al encuentro de Jesús. Jesús no le dice ninguna palabra. Muestra a todos brasas encendidas, peces y panes en abundancia para almorzar. Nadie se pregunta quién es el visitante: “¡Es el Señor!”.
  3. Después del almuerzo. “Cuando acabaron de almorzar”, viene el interrogatorio, brevísimo, consistente, desolador. Jesús pregunta por tres veces sobre el amor, no a Pedro, sino a “Simón de Juan”. Aquí Simón ya no es nombrado Pedro, la Piedra-Roca donde Jesús prometió edificar su Iglesia. Jesús lo remite a Juan, al Bautista, de quien Simón era seguidor, y esperaba la liberación violenta de Israel.
  4. La pregunta clave. La primera pregunta de Jesús a “Simón de Juan” sobre si lo amaba, apenas si le llegó al alma, y recibe una respuesta seca: “Señor, sí; tú sabes que te quiero”. Jesús le confía apacentar sus corderos. A la insistencia de Jesús en llamarlo Simón de Juan por segunda vez, no hay avance justificativo. Jesús le confía sus ovejas. A la tercera idéntica pregunta, Simón recapacita ya desde las profundidades de su corazón, y su respuesta se apoya, ya no en sus palabras, sino en la sabiduría de Jesús, y triste, le responde: “Señor, Tú lo sabes todo, tú conoces que te quiero”.
  5. La propuesta de Jesús. Ahora Jesús, al confiarle el pastoreo de corderos y ovejas, le anuncia que, de viejo: “extenderás los brazos”, en la cruz como yo; “y otro te pondrá el ceñidor”, el lazo del prisionero, y “te llevará donde no quieras”, precisamente a la muerte con Jesús. Esto fue lo que Pedro negó y renegó tres veces. Jesús vuelve a llamarlo Pedro y le dice una sola palabra: “Sígueme”. Pedro seguirá a Jesús hasta dar su vida por él, clavado en la cruz.
  6. El itinerario de Pedro. Pedro quiso llevar la delantera en el grupo: En el lavado de los pies rechazó el servicio de Jesús, pretendiendo defender sus derechos; promete seguirlo “dondequiera que vaya”, a la muerte. Jesús lo previene de la triple negación, y le ofrece su oración ante la “zarandeada de Satanás”. Al final, Pedro reconoce que, sin Jesús, es nada, y termina confiando su vida a la soberana sabiduría de Dios. Ese es el Pedro que quiere Jesús, el que buscaron y nos dieron los señores cardenales. Se hizo llamar León XIV. Lo recibimos como don del Resucitado a su Iglesia y al mundo.

 

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de mayo de 2025 No. 1558

 


 

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