Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Sin la gracia divina, el trabajo de la Iglesia, será ineficaz. Es la grande enseñanza de fondo de este pasaje del Evangelio de san Juan ( 21, 1-19) entre la pesca infructuosa y la pesca milagrosa, por la intervención de Jesús resucitado y la plena confianza en él.

Este pasaje nos ilustra para no caer en las posturas heréticas del pelagianismo o en el quietismo de Miguel de Molinos, que veces se hacen presente en los criterios o comportamientos humanos.

La primera suscitada por Pelagio (s. IV-V), quien reafirma la libertad humana y minimiza o anula la gracia; la otra, su opuesta, abandonarse pasivamente al ‘reposo’ (-quies) en Dios y se elimina la acción humana; la una recalca solo la acción humana hasta prescindir de la gracia y la otra postura el recalcar la absoluta acción divina y negar la cooperación humana.

Estas posturas extremas se pueden presentar en la práctica; por eso el dicho con sabor cristiano-católico, ‘a Dios rogando y con el mazo dando’, o el más elaborado por san Agustín y expresado por san Ignacio de Loyola: ‘Confiar en Dios como si todo dependiera de él y actuar como si todo dependiera de nosotros’. Nos puede ilustras lo dicho por Luis María Martínez, Arzobispo de México, autor de obras de espiritualidad: ‘No se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios, pero el vientecillo hace lo suyo’.

Este planteamiento nos puede servir en estos tiempos de Sede Vacante y de Cónclave para la elección del próximo Papa.

Hemos de orar, confiar en el Señor quien guía a su Iglesia, y dar un voto de confianza a los cardenales quienes habrán de elegir a quien será ‘el Buen Jesús en la tierra’, como llamaba santa Catalina de Siena al Papa.

Que si conservador, que si liberal; lo cierto es que no tiene que ser un Papa a nuestro modo. Debe ser el Elegido por el Espíritu Santo y el designado por el Colegio de Cardenales para mantener la comunión en la Iglesia y testificar el mensaje de Jesús a nuestro tiempo de grandes retos para la misma Iglesia y para la humanidad.

Así podemos reflexionar sobre la permanente conversión a Dios.

Jesús ante las anteriores negaciones previas, le pide a san Pedro, la triple confesión de amor, porque como dice san Agustín ‘es tarea de amor apacentar a la grey del Señor’.

El amor divino inicial, el amor divino recibido y gustado por nosotros y después testificado en la vida.

San Agustín, el gran converso que ha dejado una honda huella en los cristianos de todos los tiempos. Su conversión puede ser camino de conversión para nosotros.

Este hombre apasionado por la verdad, se convierte y recibe su bautismo de manos de san Ambrosio. Quiere dedicarse al estudio y a la contemplación; pero por las circunstancias providenciales, en Hipona es requerido para colaborar con el obispo, porque el obispo de origen griego, tiene dificultades para expresarse en latín. San Agustín, que es llamado a proclamar la Palabra de Dios al pueblo y así diversifica su vida, en el estudio, en la contemplación y en el ministerio episcopal. Finalmente, al examinar el Sermón de la Montaña se da cuenta que ‘la perfección’, solo la tiene el Señor Jesús. Por eso, aspira a ella, pero con gran humildad.

Dios nos da su gracia en la elección, durante la ejecución y en la consumación, de nuestras acciones y de nuestra vida; esto exige una respuesta total de nuestra parte, día con día, supuesta la gracia.

El pasaje de la ‘pesca milagrosa’ nos ilustra a confiar totalmente en el Señor y ha realizar su amada voluntad. Nada sin Jesús Nuestro Señor, todo con él.

 
Imagen de Karen .t en Pixabay


 

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